LETICIA
Leticia me llamó esta
mañana para decirme que no asistiría al curso porque estaba algo resfriada y
prefería quedarse y no correr riesgos de enfermarse. Acordamos que yo pasaría
por su casa a buscar el trabajo que estábamos haciendo junto a Elvira, preguntó
por mi salud y habló poco de sí misma.
A la hora prometida
llamé a su puerta y al abrirse apareció su pequeña y frágil figura que le da
apariencia de ser una quinceañera, edad que dejó atrás hace varios años, con su
bella sonrisa de siempre que ilumina su rostro de manera especial acentuando el
brillo de sus ojos negros. Habló brevemente de su resfrío como restándole
importancia y me explicó del apunte que había pasado en limpio muy prolijamente
para que no nos equivocáramos.
Nos despedimos, yo como que todo es
circunstancial, ella como que todo es eterno. Sentí su abrazo más firme que
otras veces y agregó a su saludo un “Muchos saludos a todas” que me sonó
exagerado, pero característico de ella.
Llegué a la
clase y dije distraídamente: “Leticia no viene porque está pachucha”. La
profesora me miró con lo que interpreté era un gesto de desagrado y preguntó un
“¿Qué?” que me hizo pensar que la palabra “pachucha” podría querer decir algo
que yo no sabía, pues la heredé de una tía abuela que siempre la usaba para
expresar que no se sentía bien, así que repetí, corrigiendo: “Leticia no viene
porque está resfriada”.
La clase
comenzó tensa y continuó con un clima denso que seguía enrareciéndose más al
transcurso de los minutos, hasta que se quebró por lo más débil: Panchi comenzó
a respirar con dificultad, le hicieron aire y le dieron agua, hasta que estalló
en sollozos, con lo que todas acordaron que era lo mejor, que llorar le haría
bien.
Ante mi muda
confusión alguien explicó: “Es por Leticia”, con lo que cada vez entendía menos
y tampoco quería dejar fluir las comprensiones que se esforzaban por aflorar en
mi mente, por lo que Elvira tomó mi mano con afectuosa compasión y me dijo:
“Leticia tiene leucemia y está en la fase final”.
A los efectos
de sincerar la situación que la mayoría conocía y solo dos ignorábamos, la
profesora tomó la palabra e hizo una breve enumeración de las elecciones de
Leticia, dijo que a nosotras nos cabe solamente respetarlas, ya que el punto
más difícil de aceptar es el saber que ella ha decidido no recurrir a la
medicina tradicional, sino a las llamadas “alternativas”. Nos dijo que no
pensáramos que la medicina alopática que algunas compañeras le habían ofrecido
casi desesperadamente sería su salvación, que hiciéramos a un lado la idea de
que se ha abandonado, pues es una decisión muy íntima de ella.
Pidió que
apartáramos también nuestros sentimientos autocompasivos y nos convirtiéramos
en soporte amistoso en sus horas difíciles. Necesita nuestra asistencia imparcial,
sin acercarle médicos ni sacerdotes, dado su ateísmo, lo que nos remite a un
trabajo real y consciente de respeto hacia sus ideas y vivencias.
Reflexionando
sobre estos sucesos he comprendido lo difícil que es no tratar de imponer
ideas, que por ser propias creo que son mejores que las ajenas, lo poco
observadora que soy puesto que no he sospechado siquiera el estado de mi amiga,
que su alegría siempre presente es un canto a la vida, vivida con la intensidad
de cada momento que puede ser el último y ella lo sabe, mientras que imagino
que mi vida tiene un final muy lejano.
Si no hubiera
otra oportunidad, nuestra despedida no será aquella fugaz y aparentemente
intrascendente del portal de su casa, sino un adiós largo y meditado, cargado
de admiración y de misterio.
Si volvemos a
vernos nuestro secreto no compartido será un contacto con la eterna rueda de
Nunca sabré si
el hecho de habernos conocido se debe a un contacto puntual de dos almas en el
espacio-tiempo o una enseñanza cargada de sabiduría que me da
Asunción Ibáñez - 2013
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