ADIOS AL CEREZO
Hoy me levanté triste, recordé las primaveras de otros años,
cuando mi jardín lucía orgulloso el cerezo con sus bellas flores blancas, como
copos de algodón.
No tenía ganas de levantarme de la cama; pero lo hice, ya
que vendrían a visitarme mis nietos.
Como cada mañana, salí al patio y contemplé mi pequeño
jardín, sus brotes verdes y brillantes me sacaron una sonrisa. Saludé al jazmín
de la lluvia que ya asoma sus pimpollos.
-Buen día mis queridas y hermosas plantas- les dije.
Los rosales con sus tiernas hojitas recién nacidas me
respondieron con una sonrisa. La hortensia me miró y alegremente me hizo un
guiño. Cuando me acerqué a la lavanda, unas inquietas abejitas me saludaron con
un aleteo y la planta me regaló su más suave perfume.
-Hola mi querido cerezo ¿cómo te sientes hoy? -Le pregunté.
Con un hilo de voz apenas audible me contestó: -Ya no podré alegrarte con mis
flores ni podré darte mis ricos frutos para que hagas la mermelada, creo que ya
es mi fin.
-¡Ay no me digas eso por favor!- le dije -Ya verás que
pronto sanarás y volverás a ser fuerte y a llenarte de frutos otra vez-
Acaricié su tronco seco y entonces las lágrimas brotaron
como cascadas de sus ramas, que ya estaban secas también.
-No sueñes con mis frutos, desde ahora solo viviré en tus
recuerdos- me dijo con tanto dolor que las lágrimas salieron de mis ojos a
raudales. Lo abracé y le prometí que jamás lo olvidaría. Me consuela pensar que
cada año lo fotografié florecido y también cargado de frutos.
-Adiós y gracias por quererme y cuidarme tanto- me dijo y su
voz se apagó para siempre.
Entré a casa y busqué las fotos, en eso estaba cuando sonó
el timbre:
-Hola abuela Any, ¿Vas a hacernos los ñoquis hoy?
Mi día se alegró con la llegada de esas personitas amadas y
sus besos y abrazos fueron mi consuelo.
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