viernes, 22 de octubre de 2021

 

AZUL

Un azul infinito colma un callejón con escalinatas que invitan a subirlas y recorrerlo como un museo. En lo alto, apenas se distingue el cielo en armonía con los techos que asoman. Hacia el final, de tal vez una primera parte del callejón que se ve desde la entrada, una ventana invita a mirar y una escalera blanca, al lado de las escalinatas, puede servir para escapar hacia, quizás, otro color.

Acepto la invitación y como si fuese el pasillo de un museo lo camino admirando su variedad de plantas distribuidas por las paredes de ambos lados.

Hacia el final y antes de la primer curva se observa: del lado derecho una ventana que me llama a mirar a través de ella. Camino acercándome, y antes de que me asomara, un gato saltó desde la misma. Mis piernas titubearon. El gato se detuvo, me miró y maullaba desconfiando de mi presencia. Dí dos pasos para acariciarlo y se mostró erizado. Lo dejé y me volví hacia la ventana, pero antes de lograr ver a través de ella, el gato volvió a saltar y sentarse, mientras movía su cola mirándome. Detrás de él sólo había una pared pintada de rojo como algunas de las macetas colgadas.

Si mal no recuerdo conté cinco macetas hasta ahí, pero ni siquiera puedo recordar qué desayuné. Mientras, el gato seguía mirándome; a pesar de su recibimiento estiré mi mano para acariciarlo demostrándole mi confianza, al hacerlo mi mano se tiñó de azul. Consternado me miré y por segundos vi cómo empezaba a brillar, la metí en el bolsillo de mi campera y me di vuelta para salir de allí corriendo, pero la entrada no estaba, sólo había una pared derramada del mismo azul.

 El maldito gato ya no estaba y sentía cómo el azul infinito penetraba en todo mi cuerpo aun cuando sólo veía mi mano que no dejaba de brillar. Cerré los ojos para pensar mejor qué hacer y calmar los latidos de mi corazón. Los abrí varias veces, o eso creo, pero mi mano seguía brillante.

 Empecé a caminar por el único lugar que podía a través del callejón. Caminé rápido, hice la curva, y al final había otra curva, doblé y otra pared limitó mi recorrido. Miré al cielo, recordé que en la entrada todavía estaba la escalera blanca. Efectivamente, allí estaba, la levanté poniéndola contra la pared. Apenas subí el primer escalón, los techos sellaron el callejón.

Desesperé, grité, dónde me había metido la maldita curiosidad. Me tapé la cara con las manos, dos segundos después me percaté que ya no brillaba mi mano. Escuché un maullido. El gato estaba a tres pasos de mí, se había quedado encerrado conmigo. ¡Maldito gato! Le grité con furia. Se fue hasta la ventana y no lo vi asomarse en todo el rato que yo intentaba pensar cómo carajos salir de ahí.

 

Marisel Gómez 2020

 

 

 

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