viernes, 29 de octubre de 2021

 

        Calma

Verano. Contingente de turismo guiado. Me sentía saturada de información. Estábamos en Córdoba, precisamente en Río Tercero, y la guía nos había llevado por la zona agreste de la sierra.

En un pequeño arroyo se lucían los más bellos flamencos rosados que yo había visto, aunque, a decir verdad, no he visto tantos flamencos en mi vida, sólo los había visto una vez antes pero de plumaje blanco.

Siguiendo el arroyito vimos unos juncos que en sus tallos lucían unos hermosos botones de color rosado, intenso y llamativo, que inmediatamente asociamos con las aves, pero la guía dio por tierra nuestra ilusión con una simple frase: “Son huevos de sapo”.

Y así siguió el paseo, descubriendo variedades de plantas propias de la sierra, observando sus propiedades medicinales, o sus flores y sus perfumes, que la guía describía al pasar.

El cansancio me iba invadiendo poco a poco, transformándose lentamente en aburrimiento. Llegamos a un punto en el que el cauce de agua se estrechaba, precipitándose en cascada hacia una parte más baja, siguiendo su curso hacia el río.

Atardecía. El sol iluminaba la escena, y como si un mandato oculto hubiera sido dado, todo el grupo hizo silencio. Busqué una piedra donde sentarme, igual otras personas, las más jóvenes permanecieron de pie como en éxtasis, contemplando ese tiempo-espacio presente, sagrado, en comunión con el grupo y el entorno.

Cuando la luz del sol se extinguía partimos hacia el vehículo que nos llevaría de vuelta, en silencio, en la armonía que nos brindó esa experiencia casi mística, compartida, guardada en nuestros corazones.

Dejé de ser observadora para ser parte del grupo, y el grupo ya era parte de mí.

                                                                              Asunción - 2020

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