lunes, 25 de octubre de 2021

 

El espíritu de la naturaleza

Era el primer domingo de la primavera y ese día amaneció rutilante de sol y perfume de flores. Los padres de mi amiga Susana vendrían a buscarme para ir a pasar el día a su casa de Aregua, éramos amigas inseparables y como su mamá cocinaba muy bien prometía ser un día exquisito.

Llegamos rápidamente en su auto y como habíamos desayunado nos dejaron salir a recorrer.

Era hermoso ver las irregularidades del terreno con piedras de todos tamaños, la hojarasca de distinta tonalidad que iban del rosado al amarillo, acompañado todo por el canto de los pájaros que interrumpía el especial silencio del lugar; lo máximo fue llegar al arroyo, y el agua fresca me invitaba a bañarme en ese mismo instante.

 Pregunté- ¿De dónde viene esta agua? ¡No puedo creer semejante delicia! ¿Podemos ir hasta la naciente?

Está cerca de aquí por eso es fresca y limpia –dijo Susana– fuimos con papá, mamá y Jorge el casero el mes pasado, llevaron picos y machetes, pues tuvieron que abrir un pequeño sendero para llegar.

-Y ¿llegaron verdad? –pregunté ansiosa -por favor, quiero llegar a ese lugar -comencé a repetir mientras una fuerza interna me estimulaba a caminar hacia allí.

-Sí claro, pero te cuento que el bosque se va cerrando de a poco y se hace oscuro, parece de noche andar por ahí  –respondió -voy a acompañarte un rato, luego irás sola, a mí no me gusta, y tienes que saber que hay víboras.

-Guauuu -exclamé. Y sin pensar me dispuse a seguirla.

Susana iba delante de mí con paso firme y todo lo rápido que permitía el terreno, pensando que tal vez pronto yo cambiaria de idea, al poco tiempo los rayitos de sol que se filtraban por entre las hojas comenzaron a escasear y todo se tornaba más y más oscuro. Era como un túnel verde y achaparrado

 - Aquí me quedo -se plantó Susana- tendrás que seguir sola, faltan unos metros y cuidado con las víboras. -dentro de mi surgió la seguridad de que nada malo me sucedería, así que continué el sendero sin titubear, sintiendo una sensación de que una gran boca verde me tragaba lentamente.

Llegué… allí estaba yo sola con el fuerte ruido del agua que caía entre las piedras. Lo primero que hice fue agradecer la oportunidad de vivir ese momento en ese magnífico lugar que se parecía a un pequeño santuario.

-Hola -dijo una vocecita suave y melódica- yo soy Luz.

-Hola Luz ¿dónde estás? - contesté mientras buscaba por todos lados la dueña de esa voz.

-Aquí estoy en esta enredadera que cae del lapacho-  ahí estaba, un hada diminuta, de vestido verde con pequeños brillantes multicolores.

 Me animé a preguntar- ¿Vives aquí?

-¡Claro! Formo parte de la hueste de honor que cuida la naturaleza.

Asombrada respondí: -Así como los gnomos.

 Si… ¡No me hables de ellos! Siempre hacen bromas, sobre todo a los hombres, desorientan a los visitantes y no pueden encontrar el camino, así que no pueden volver al lugar de donde vienen. Somos muchos, estamos en el agua, el aire, la tierra y los árboles y ayudamos a todos los seres vivos que nos necesitan para la conservación del bosque.

 De pronto la voz de Susana llamándome me hizo volver de la magia -¡Mirta! ¿Estás bien? - me gritaba desde lejos.

-¡Sí, ya voy!- respondí. Quería quedarme mucho tiempo, pero comprendí que el momento había pasado. Agradecí con todo mi corazón este encuentro con el espíritu de la naturaleza. Dije una oración y me fui cantando bajito a reunirme con mi querida amiga, pensando que tal vez algún un día le contaré lo que sucedió.

Mirta Fernández – 2021

 


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