El espíritu
de la naturaleza
Era el primer domingo de la primavera y ese día amaneció
rutilante de sol y perfume de flores. Los padres de mi amiga Susana vendrían a
buscarme para ir a pasar el día a su casa de Aregua, éramos amigas inseparables
y como su mamá cocinaba muy bien prometía ser un día exquisito.
Llegamos rápidamente en su auto y como habíamos desayunado
nos dejaron salir a recorrer.
Era hermoso ver las irregularidades del terreno con piedras
de todos tamaños, la hojarasca de distinta tonalidad que iban del rosado al
amarillo, acompañado todo por el canto de los pájaros que interrumpía el
especial silencio del lugar; lo máximo fue llegar al arroyo, y el agua fresca
me invitaba a bañarme en ese mismo instante.
Pregunté- ¿De dónde viene esta agua? ¡No puedo creer
semejante delicia! ¿Podemos ir hasta la naciente?
Está cerca de aquí por
eso es fresca y limpia –dijo Susana– fuimos
con papá, mamá y Jorge el casero el mes pasado, llevaron picos y machetes, pues
tuvieron que abrir un pequeño sendero para llegar.
-Y ¿llegaron verdad?
–pregunté ansiosa -por favor, quiero
llegar a ese lugar -comencé a repetir mientras una fuerza interna me
estimulaba a caminar hacia allí.
-Sí claro, pero te
cuento que el bosque se va cerrando de a poco y se hace oscuro, parece de noche
andar por ahí –respondió -voy a acompañarte un rato, luego irás sola,
a mí no me gusta, y tienes que saber que hay víboras.
-Guauuu -exclamé.
Y sin pensar me dispuse a seguirla.
Susana iba delante de mí con paso firme y todo lo rápido que
permitía el terreno, pensando que tal vez pronto yo cambiaria de idea, al poco
tiempo los rayitos de sol que se filtraban por entre las hojas comenzaron a
escasear y todo se tornaba más y más oscuro. Era como un túnel verde y
achaparrado
- Aquí me quedo -se plantó Susana- tendrás que seguir sola, faltan unos metros
y cuidado con las víboras. -dentro de mi surgió la seguridad de que nada
malo me sucedería, así que continué el sendero sin titubear, sintiendo una
sensación de que una gran boca verde me tragaba lentamente.
Llegué… allí estaba yo sola con el fuerte ruido del agua que
caía entre las piedras. Lo primero que hice fue agradecer la oportunidad de
vivir ese momento en ese magnífico lugar que se parecía a un pequeño santuario.
-Hola -dijo una
vocecita suave y melódica- yo soy Luz.
-Hola Luz ¿dónde
estás? - contesté mientras buscaba por todos lados la dueña de esa voz.
-Aquí estoy en esta
enredadera que cae del lapacho- ahí
estaba, un hada diminuta, de vestido verde con pequeños brillantes multicolores.
Me animé a preguntar-
¿Vives aquí?
-¡Claro! Formo parte
de la hueste de honor que cuida la naturaleza.
Asombrada respondí: -Así
como los gnomos.
Si… ¡No me hables de ellos! Siempre hacen bromas, sobre todo a los
hombres, desorientan a los visitantes y no pueden encontrar el camino, así que no
pueden volver al lugar de donde vienen. Somos muchos, estamos en el agua, el
aire, la tierra y los árboles y ayudamos a todos los seres vivos que nos
necesitan para la conservación del bosque.
De pronto la voz de
Susana llamándome me hizo volver de la magia -¡Mirta! ¿Estás bien? - me gritaba desde lejos.
-¡Sí, ya voy!-
respondí. Quería quedarme mucho tiempo, pero comprendí que el momento había
pasado. Agradecí con todo mi corazón este encuentro con el espíritu de la
naturaleza. Dije una oración y me fui cantando bajito a reunirme con mi querida
amiga, pensando que tal vez algún un día le contaré lo que sucedió.
Mirta Fernández – 2021
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