Cuando el
parque es todo
Como todos los días mi cita invariable: ir al parque. Subir a mi antiguo auto que conoce el camino
de memoria y llegar al estacionamiento bajo la sombra de frondosos árboles.
Para entrar llevamos nuestro tapabocas, cosas de la enfermedad de turno en
nuestro planeta.
Allí la soledad me acompaña relativamente porque en todos
los lugares hay gente trabajando hay enfermeras que toman la presión, guardias
que piden la cedula al entrar y al salir y personas que podan y riegan.
Hasta que ya preparada, comienzo mi caminata en el sendero
central, rodeada de árboles, unos mayores y otros jóvenes que están en el
camino, a los que abrazo como grandes amigos que me reciben cada día con su
hermosa energía.
Al comienzo se ven los troncos separados unos de otros
visualizando el horizonte enmarcado en un cielo azul límpido que nos acompaña,
luego se va cerrando y como si estuvieran impacientes mueven sus ramas haciendo
ruido con el viento, dando sonido a sus hojas. De pronto se pierde el horizonte
para ser reemplazado por una cantidad de plantas trepadoras y ramas de árboles
que se apretujan unas a otras tomando todos los espacios vacíos de luz y
formando un solo color de verde brillante con los reflejos de sol. Ese lugar
tan hermoso parece una ventana a la eternidad, mi imaginación vuela a otros
mundos, tal vez astrales, incorporando otra realidad.
Es mi momento de conciencia, donde mi pensamiento habitual
deja las limitaciones para ser libre, me dedico a pensar en mí, y qué sentido
tiene mi vida, de qué me ocupo, qué pienso, dónde está mi mente. También me uno
y agradezco a mis seres queridos, los que están y los que no están aquí,
perdonando y amando a todos.
Como si esto fuera poco, han puesto en el parque una
biblioteca muy pequeña que contiene hermosos libros, no los prestan, pero dejan
sacarlos para leer bajo los árboles en sillas de loneta. Allí paso deliciosas
horas en buena compañía esperando el momento oportuno de volver a mi verdadero
hogar.
Lo que más agradezco es que pude verlo, porque muchas cosas
pasan por nuestra vida y no las vemos, tanto personas como lugares, como
nuestros propios estados emocionales del ser.
Mirta Fernández – 2022
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