La tía María
Mi tía María
era hermana de mi padre, algo mayor que él. Famosa en la familia por tres
cosas: por tener siempre huéspedes en su casa, donde todos los sobrinos
pequeños íbamos a pasar nuestras vacaciones,
por hacer trampas en los juegos de naipes, y cuando la descubríamos
decía –Pues si vais a desconfiar de mí no
juego más –arrojando las cartas
sobre la mesa, frustrando la partida y a los demás jugadores; y por sus navidades.
Ustedes me
preguntarán qué quiero decir con eso, pues bien, aquí va: Todos los años, el 25
de Diciembre nos reuníamos en su casa. Claro, ella era muy buena anfitriona,
pero las que preparaban las delicias para tantos invitados eran sus hijas.
¿Y por qué?
Me preguntarán. Pues porque ella estuvo muy enferma, desahuciada, cuando yo aún
no había nacido, y por un milagro superó su enfermedad, lo que le debe haber
generado la necesidad de vivir siempre el presente, y lo manifestaba con su muy
buen carácter permanente, y de que cada
año dijera su consabido discursillo, con el mejor tono dramático que lograba,
decía –Pues este año tendréis que venir a
mi casa, ya que el próximo año Dios sabe si yo estaré.
Y ahí íbamos
todos, un batallón de hermanos, cuñados y sobrinos, y luego se sumaron los nietos, y
posteriormente sus bisnietos, y seguíamos asistiendo todos a sus hermosos
festejos navideños.
Y llegó el
día en que uno de sus hijos le dijo: Mamá,
cambie su discurso, porque algún día alguien nos dirá que usted está muriendo y
no le vamos a creer.
Marta
Ibáñez – 2022
Consigna: Sacude el
árbol genealógico.
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