Biografía
de mi mascota
Yiyo nació en una vivienda humilde del B°Pellicier, en
Las Heras, en Mayo del 2014. Allí estaba, cuando lo fui a buscar, junto a su
mamá y dos de sus hermanitos. La dueña de casa no recordaba, con exactitud, la
fecha de la parición, pero que calculaba que los cachorritos tenían unos
cuarenta días.
Era “un bollito” de pelos color beige, pechera y
“zoquetes” blancos, ojitos azules, hociquito y almohadillas rosadas.
Mi objetivo había sido resolver un problema doméstico:
combatir los visitantes indeseables que venían de la finca vecina. Tener un
gato sería la mejor solución. Pero fue mucho más que eso,
Lo tuve que alimentar con biberón, por unos días, hasta
que comenzó a tomar alimento sólido. Me sorprendió que fue a las piedritas
desde el primer momento, como si las hubiera conocido.
A los cinco días, noté que no había hecho popó. Eso me
preocupó pues me habían dicho que podía ser letal. Googleé para averiguar que
debía hacer. Había que reemplazar las lamidas de la madre pasando un trozo de
algodón humedecido para inducir la función. Y tuve éxito.
Como todo cachorrito, era muy gracioso, juguetón y
travieso. Me mordisqueaba los dedos de las manos, todo el tiempo. Aunque
prefería los de los pies.
A la semana lo llevé a la veterinaria para su primera
revisión, desparasitación y vacuna. Todo estaba bien. Tenía una excelente
salud.
A medida que fue creciendo su color de ojos fue cambiando
a un amarillo verdoso y su corto pelaje se volvió muy suave y brillante.
Desarrolló una gran destreza para acceder al techo
fácilmente, trepando por un árbol que había en mi patio. Cuando éste fue
podado, sus ramas no llegaban al techo. Yo estaba feliz, pues creí que se habían
acabado mis preocupaciones: las andanzas de mi gato por los techos del
vecindario. Fue grande mi sorpresa, cuando lo vi trepando por la medianera de
ladrillo visto, con una habilidad que me dejó estupefacta.
Cuando cumplió el año se tornó en un verdadero felino,
robusto, macizo y elegante. Tenía una gran prestancia.
Llenó mi casa y mi vida con su poderosa presencia. Fue
una especie de maestro. Aprendí que es imposible lograr “domesticar” a un gato,
más bien yo resulté domesticada. Su ejemplo sirvió para volverme más flexible.
Era sumamente limpio e inodoro. Nunca rompió alguna cosa
en mi casa y las plantas sobrevivieron a sus juegos. Acostumbraba a dormir
sobre mi falda y no le gustaba que lo acariciara todo el tiempo. Decidía cuando
era el momento del cariño pasándome su lengüita rasposa por la mejilla.
El 10 de Enero del 2015 lo llevé a la Municipalidad de
Las Heras a efectos de que fuera castrado. Ya estaba cerca de cumplir los nueve
meses requeridos. Allí se hacen castraciones múltiples. A raíz de ello
presencié una escena insólita. Al terminar las ablaciones, uno de los cirujanos
salió de la sala para entregar las mascotas a sus dueños. Los traía, aún
dormidos, colgados sobre su antebrazo como si fueran de trapo. ¡Cinco al mismo
tiempo! Entre ellos estaba Yiyo. Su convalecencia fue corta pero no impidió que
me sintiera mal por hacerle eso a mi mascota.
Salía todas las noches a dar sus paseos por los tejados
del Vecindario. Gracias a ello fueron desapareciendo las ratas y otras plagas
de toda la manzana. Sin embargo, algunas personas estaban disconformes y molestas
por los ladridos de sus perros, furiosos por no poder alcanzarlo. Regresaba
cerca de las tres de la mañana. Saltaba del techo, desde una altura de dos
metros y pico como si nada, y luego entraba. Yo respiraba aliviada.
No conoció enfermedad alguna, pero fue víctima de la
crueldad de un vecino que le disparó con rifle, durante la madrugada del 21 de
Abril del 2017.El balín le había atravesado la tráquea, le había interesado el
pulmón y lo dejó sangrando y boqueando por la falta de aire. Así lo encontré,
cuando desperté por un fuerte ruido y unos gemidos. Lo llevé, con urgencia, a
una veterinaria que estaba de turno, a siete kilómetros de mi casa. Felizmente
Yiyo sobrevivió, pero fueron días muy difíciles para él y también para mí. Pocas
cosas son tan dolorosas como ser testigo del sufrimiento, tan silencioso, de un
animalito.
La noche del 3 de Mayo del 2018 fue la última noche que
vi a mi mascota. Se fue de andanzas, como acostumbraba, pero no regresó. Esperé
toda la noche. A la mañana salí a buscarlo. Interrogué a los vecinos. Pegué
carteles, con su foto, por los alrededores. Todo fue inútil. Hasta el día de
hoy no sé qué pasó.
En mi manzana hay dos personas que tienen rifles de aire
comprimido. Y sé, de buena fuente, que odian a los gatos. ¿Viviré con esa duda
por siempre?
Esta biografía la escribo, con todo mi amor, para honrar
a mi gato, compañero de vida durante cuatro años.
Nela Bodoc - 2020
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