jueves, 16 de junio de 2022

 

    Biografía de mi mascota

 

 Yiyo nació en una vivienda humilde del B°Pellicier, en Las Heras, en Mayo del 2014. Allí estaba, cuando lo fui a buscar, junto a su mamá y dos de sus hermanitos. La dueña de casa no recordaba, con exactitud, la fecha de la parición, pero que calculaba que los cachorritos tenían unos cuarenta días.

 Era “un bollito” de pelos color beige, pechera y “zoquetes” blancos, ojitos azules, hociquito y almohadillas rosadas.

 Mi objetivo había sido resolver un problema doméstico: combatir los visitantes indeseables que venían de la finca vecina. Tener un gato sería la mejor solución. Pero fue mucho más que eso,

 Lo tuve que alimentar con biberón, por unos días, hasta que comenzó a tomar alimento sólido. Me sorprendió que fue a las piedritas desde el primer momento, como si las hubiera conocido.

 A los cinco días, noté que no había hecho popó. Eso me preocupó pues me habían dicho que podía ser letal. Googleé para averiguar que debía hacer. Había que reemplazar las lamidas de la madre pasando un trozo de algodón humedecido para inducir la función. Y tuve éxito.

 Como todo cachorrito, era muy gracioso, juguetón y travieso. Me mordisqueaba los dedos de las manos, todo el tiempo. Aunque prefería los de los pies.

 A la semana lo llevé a la veterinaria para su primera revisión, desparasitación y vacuna. Todo estaba bien. Tenía una excelente salud.

 A medida que fue creciendo su color de ojos fue cambiando a un amarillo verdoso y su corto pelaje se volvió muy suave y brillante.

 Desarrolló una gran destreza para acceder al techo fácilmente, trepando por un árbol que había en mi patio. Cuando éste fue podado, sus ramas no llegaban al techo. Yo estaba feliz, pues creí que se habían acabado mis preocupaciones: las andanzas de mi gato por los techos del vecindario. Fue grande mi sorpresa, cuando lo vi trepando por la medianera de ladrillo visto, con una habilidad que me dejó estupefacta.

 Cuando cumplió el año se tornó en un verdadero felino, robusto, macizo y elegante. Tenía una gran prestancia.

 Llenó mi casa y mi vida con su poderosa presencia. Fue una especie de maestro. Aprendí que es imposible lograr “domesticar” a un gato, más bien yo resulté domesticada. Su ejemplo sirvió para volverme más flexible.

 Era sumamente limpio e inodoro. Nunca rompió alguna cosa en mi casa y las plantas sobrevivieron a sus juegos. Acostumbraba a dormir sobre mi falda y no le gustaba que lo acariciara todo el tiempo. Decidía cuando era el momento del cariño pasándome su lengüita rasposa por la mejilla.

 El 10 de Enero del 2015 lo llevé a la Municipalidad de Las Heras a efectos de que fuera castrado. Ya estaba cerca de cumplir los nueve meses requeridos. Allí se hacen castraciones múltiples. A raíz de ello presencié una escena insólita. Al terminar las ablaciones, uno de los cirujanos salió de la sala para entregar las mascotas a sus dueños. Los traía, aún dormidos, colgados sobre su antebrazo como si fueran de trapo. ¡Cinco al mismo tiempo! Entre ellos estaba Yiyo. Su convalecencia fue corta pero no impidió que me sintiera mal por hacerle eso a mi mascota.

 Salía todas las noches a dar sus paseos por los tejados del Vecindario. Gracias a ello fueron desapareciendo las ratas y otras plagas de toda la manzana. Sin embargo, algunas personas estaban disconformes y molestas por los ladridos de sus perros, furiosos por no poder alcanzarlo. Regresaba cerca de las tres de la mañana. Saltaba del techo, desde una altura de dos metros y pico como si nada, y luego entraba. Yo respiraba aliviada.

 No conoció enfermedad alguna, pero fue víctima de la crueldad de un vecino que le disparó con rifle, durante la madrugada del 21 de Abril del 2017.El balín le había atravesado la tráquea, le había interesado el pulmón y lo dejó sangrando y boqueando por la falta de aire. Así lo encontré, cuando desperté por un fuerte ruido y unos gemidos. Lo llevé, con urgencia, a una veterinaria que estaba de turno, a siete kilómetros de mi casa. Felizmente Yiyo sobrevivió, pero fueron días muy difíciles para él y también para mí. Pocas cosas son tan dolorosas como ser testigo del sufrimiento, tan silencioso, de un animalito.

 La noche del 3 de Mayo del 2018 fue la última noche que vi a mi mascota. Se fue de andanzas, como acostumbraba, pero no regresó. Esperé toda la noche. A la mañana salí a buscarlo. Interrogué a los vecinos. Pegué carteles, con su foto, por los alrededores. Todo fue inútil. Hasta el día de hoy no sé qué pasó.

 En mi manzana hay dos personas que tienen rifles de aire comprimido. Y sé, de buena fuente, que odian a los gatos. ¿Viviré con esa duda por siempre?

 Esta biografía la escribo, con todo mi amor, para honrar a mi gato, compañero de vida durante cuatro años.

 

                Nela Bodoc - 2020

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