martes, 28 de junio de 2022

 

Un gran espectáculo

 

Esa noche se quedaron solos en la casa Carolina y sus hijos, Mariana de siete años, Marcelo de cinco y el pequeño Mauro de tres. El papá estaba en viaje de negocios.

Habían cenado temprano. El tiempo estaba muy frio y los primeros relámpagos surcaban el cielo plomizo. Los niños se acomodaron en el living de la casa, aprovechando el hogar encendido, donde chisporroteaban los leños que habían entrado entre todos esa tarde.

Carolina terminó de ordenar la cocina y se reunió con los pequeños que estaban cada uno en lo suyo: Mariana jugaba con sus muñecas, en especial con su favorita, la vieja muñeca de trapo, Marcelo, intentaba armar algo con el mecano y el chiquitín arrastraba un gran camión cargado de otros juguetes. Mientras Pipo, el cusquito de la familia, rondaba entre unos y otros para llamar la atención.

Carolina atizó el fuego y se acomodó en el sofá. Miró por el ventanal, las primeras gotas ya estaban cayendo y el viento azotaba las plantas y árboles del parque. Observó satisfecha a sus niños que habían dejado lo que hacían y también miraban por el ventanal. La tormenta era inevitable. Y como intentando seguridad, los pequeños buscaban la mirada tranquilizadora de su madre.

Ma -preguntó Marcelo- ¿Cómo se llama eso que ilumina el cielo?

-Son rayos -le contestó su madre- anteceden a la tormenta igual que los truenos. Dicen que cuando se escucha un trueno, y contás hasta diez, verás el rayo.

¿Es cierto? -dudó el niño.

Probá a ver qué pasa –dijo Carolina.

El niño se acercó más aun al ventanal a la espera de un trueno lo siguieron sus hermanos y los tres apoyaron sus cabezas sobre el vidrio. En ese momento sonó un trueno prolongado que sobresaltó a los niños tirándolos para atrás. Los mayores comenzaron de inmediato a contar, uno, dos, tres… a poco de llegar a diez un luminoso relámpago cruzó el cielo cerrado.

Quedaron maravillados y de repente algo que los dejó sin palabras. Del cielo se descolgaron unas enormes piedras que desordenadas caían por todas parte, golpeando el ventanal y dejando una alfombra blanca cubriendo el prolijo césped.

Carolina se había acercado a sus hijos, a quienes no les alcanzaban los ojos para mirar, los retiró del ventanal, temiendo que se rompiera por algún golpe de las piedras.

Y así callados y abrazados a su madre, entre temerosos y absortos, pudieron apreciar el gran espectáculo que les ofreció la Naturaleza, en ese anochecer lluvioso.

GARCIA, Alicia Rita - Junio 2022

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