Desapego
Jaimito
y sus cosas.
Jaimito es mi amigo, llegó a casa cuando yo era muy pequeña.
Sólo yo lo veía, bueno, no sé si lo veía, pero sentía que estaba cerquita mío.
Cuando tenía mis crisis, en esas que nadie entendía qué me
pasaba, yo le contaba a él y sé que me escuchaba. A veces sentía cómo
acariciaba mi cabello, consolándome, y algunas veces sentí su cálido abrazo
reconfortante. Era pequeño, de mi altura cuando yo estaba sentada en el suelo.
Crecimos, y él siguió siendo de la altura de mi medio cuerpo.
Casi llegando a mi adolescencia. Un día me dijo adiós y se marchó, sin llevarse
nada, y quedaron en mi casa muchas cosas que le pertenecían.
Hace una semana volvió. Está viejo y achacoso como yo, vino
a buscar su diario, no sé dónde estará porque nunca lo vi, y me molestó que me
lo reclamara, así que tomé una bolsa plástica, de esas negras enormes que
sirven para muchos residuos y se la dí diciendo: “¡Meté aquí todas las cosas
que te dejaste y que no me pertenecen y te las llevás!”
“¿Y qué hago con ellas?” – me preguntó.
“Bueno –le dije más calmada- oí que algunas personas llevan
sus apegos, sus sentimientos y sus emociones, las que ya no les sirven, y las
arrojan al interior de un volcán, lo que es una buena idea, pues lo devuelven a
la tierra, purificados por el fuego”.
Jaimito comenzó a llenar su bolsa con unos lápices de
colores viejísimos, pequeños e inservibles, gomas de borrar ya endurecidas,
flores secas, un chicle masticado por vaya a saber quién, etiquetas de
colección amarillentas, figuritas y escenas del pasado, abrazos ya en desuso,
enojos amotinados, escenas de malos momentos, rencores con personas que ni
siquiera supieron que nos habían lastimado, digo “nos” porque yo también los
sufrí.
Aproveché y le dí una muñeca sin un brazo y con un solo ojo,
la foto de un compañerito de la escuela que no sé quién es, una escarapela muy
sucia con el alfiler oxidado, unos dibujos que alguien me regaló y otras cosas
por estilo.
Trabajar juntos nos hizo sentir unidos otra vez, como cuando
éramos niños. Luego nos despedimos con un largo y apretado abrazo.
Cargó la bolsa en su hombro y partió hacia el Oeste,
buscando el Tronador para arrojar allí, a su ardiente vientre, las cosas,
sentimientos y recuerdos que aligerarán nuestro presente.
Seguiré extrañando a Jaimito, pero sabiendo que estamos
unidos y que siempre lo estaremos.
Asumi 2022
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