lunes, 10 de abril de 2023

 

Cuento

 

El recodo

Un camino solitario se abría ante sus pies ansiosos de pasos y tropiezos. Los ojos de Ariel, un niño de ocho años que vivía en un pueblo pequeño, se sentían atraídos por conocer el arroyo en la parte del recodo.

Había escuchado en su escuela relatos de aventuras y diversión en esas aguas inquietas, que animaban a muchos a zambullirse a pesar de los riesgos y la profundidad.

Mintió al salir de su casa y dijo que lo esperaban en la biblioteca. El calor de esa tarde de noviembre daba energías a sus piernas juveniles, que se apresuraban sin resistirse a la distancia o a la voz de su obediencia transgredida.

-Ariel, sabes que no quiero que andes solo fuera de las horas de clases, ni tampoco que vayas al arroyo sin nosotros.

Eran las palabras de su mamá, y los pies del niño también eran sordos como sus piernas, y no dudaban en sumar pasos apurados.

Llegó a los árboles que lo guiaban hacia el arroyo, continuó avanzando hacia su primera aventura en soledad y notó que había árboles nuevos. Estaban allí desde siempre pero no los reconoció, y en las cercanías de la costa barrancosa se hicieron un monte de sombra acogedora.

Un rato después lo recibió el rumor del agua y su corazón, nuevo en desobediencias, lo aturdía y le confundía la atención en su camino. Tropezó una vez con una raíz y luego con una piedra.

A la confusión de sus pensamientos de arrepentido, se oponían sus pasos insensatos que no se detenían.

-¡El recodo! –dijo en voz alta como titulando su aventura.

Las pequeñas olas eran incesantes en sus movimientos, con reflejos cambiantes verdes y azules. Su lenguaje de pocas palabras llegaba al corazón de Ariel y borraba los escasos pensamientos sensatos, que resonaban con la voz de su mamá.

Pero el plan y la aventura imaginada trastabillaron, el recodo perdió la pulseada y el niño emprendió el regreso a su casa.

Sus piernas no entendían que la aventura quedaba trunca, y los ojos de Ariel absorbían con satisfacción el dibujo de los árboles en el horizonte. Ellos resguardaban el camino que lo reconciliaba con su mamá y ella, en su casa plena de amor maternal, nunca sabría que en el corazón de Ariel había nacido el primer recodo de muchos, y que como madre nunca se enteraría.

Gerardo Rosas, 30/3/23

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