Fábula
La semilla y
la rana
Una pequeña rana extraviada de su charco da saltos de
curiosidad, mientras las hojas jugaban en el viento. Se acerca a toda forma
nueva que sus ojos van descubriendo en cada movimiento. Investiga todo lo que
está delante de su nariz y de sus patas delanteras. Mira, toca y huele, una y
otra vez, con una curiosidad plena de riesgos.
Andando y saltando se encuentra con una semilla de ciruela,
que alguien había olvidado.
Esa semilla sola pero orgullosa de la vida posible que llevaba
adentro, cantaba suavemente esperando que algún pájaro, inquieto y comedido, la
llevara hasta un pozo donde cobijarse y con ayuda del sol y la lluvia, un día
germinar y ser árbol.
La rana la escucha y se detiene, la mira y decide tocarla.
-¡Hola! –exclama la semilla.
La recién llegada da un salto de sorpresa, se repone del
susto y responde al saludo.
-¡Hola, semilla-que-hablas, me sorprendes! Yo creía que sólo
las ranas podíamos hablar.
Superadas las desconfianzas recíprocas, entablaron una
charla de muchos temas. Claro, tenían
historias diversas y diferencias que aclarar.
La rana era pequeña y todo le interesaba, por la novedad, y
disfrutaba ser muy curiosa. En cambio, la semilla alimentaba su sueño de ser un
gran árbol que, después de llenarse de flores, llegar al verano cargado de
frutas dulces y jugosas.
La rana la escuchaba y su curiosidad se llenaba de
impaciencia, y se sumaba a los sueños de la semilla.
Una (la semilla), tanto imaginaba que ya parecía verse como
un árbol, y la otra (la rana), curiosa y colmada de impaciencia inexperta,
pensó que podría tener para ella el gran sueño de la semilla y con un rápido
movimiento, dio un salto y se tragó la semilla de ciruela.
En ese instante cambió el mundo de las dos.
La semilla se vio en la obscuridad del interior de la rana
pero muy lejos del pozo fértil que necesitaba, y sus sueños fantasiosos sobre
el futuro se marchitaron.
La pequeña rana, con ese peso enorme para su tamaño, se dio
cuenta que ya no saltaría con la agilidad de antes y no podría regresar a su
charco. Esto la inmovilizó por el miedo y ahora sería una presa fácil de algún
perro o un gato de la zona.
Moraleja: Debemos
cuidarnos de la curiosidad malsana, que nos lleva a riesgos y peligros
inesperados, y de la impaciencia que nos hace volar en sueños y olvidamos que,
para alcanzarlos, el “tiempo es oro”.
Gerardo
Rosas, 23/3/23
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