Biografía
Papá
¡Padre! ¡Qué palabra fuerte en nuestras vidas!
Mi padre nació en Río IV, Córdoba, en 1913, el sexto de
siete hermanos. Cuando era muy chiquito, 3 o 4 años, su papá murió y quedaron
huérfanos, no sólo los Molina, también cuatro primas, que al quedar huérfanas su
mamá había adoptado. Ni él mismo podía explicar como hizo esa mujer fuerte y
valerosa para criarlos a todos.
¡Bendita esa mujer que logró no solo alimentarlos si no,
“hacerlos gente”! (así decían ellos).
En su infancia soportaron el proceso que da la pobreza y la ausencia
de todo; sus ganas de vivir fueron más fuertes que el hambre y las penas. Todos
los hermanos, autodidactas, porque aunque muy inteligentes todos, fue muy poco
tiempo lo que asistieron a una escuela.
Así pasó su infancia triste y desolada entre juegos con
piedras y un perro bulldog que todos amaban.
Y crecieron, pero entonces había un camino nuevo, un aire
más puro, un sol más fuerte y nunca tuvieron que avergonzarse de haber cometido
un acto de violencia, aunque la rabia es un paquete que se carga toda la vida,
sin protestar ni trasmitir resentimiento.
A los 18 años enfermó de neumonía y por esas cosas del
destino se salvó milagrosamente, porque no había penicilina todavía.
Le tocó hacer el servicio militar en Mendoza, en su post convalecencia;
sufrió mucho con la brutalidad de cómo los militares trataban a los soldados. Recuerdo
las cosas que le contaba a mi mamá sobre ellos. Pero como buen resiliente,
aprendió mucho entre esa gente.
Anduvo por la montaña mendocina, allí supo distinguir las
hierbas curativas de distintos males. Andaban a mula, confiaban en la mula que
sabe andar en las alturas y aprendió fotogrametría, lo que le sirvió más
adelante para trabajar.
Allí empezaron a cambiar las cosas. Enfermó de nuevo y le
dieron la baja. Ya casado con mamá siguió con esa tarea de las fotografías.
Tenía una memoria prodigiosa. Era un maestro del diálogo y
la comunicación a la hora de las comidas.
Allí está la segunda vida de su vida, el club Anzorena, Se
hizo socio de ese club de básquet y aunque por su condición física, él no jugaba,
como sabía toda la técnica, enseñaba a jugar a los niños y jóvenes que se
acercaban al club y a su vida.
Lo recuerdo siempre rodeado de chicos, “Hay que sacarlos de
la calle”, decía, “para que se hagan hombres sanos y de bien”
Confiaba en su potencial. Él, que había vivido una
existencia tan carente de todo, sabía la importancia que tenían el cariño, el
respeto y la confianza, que brindaba a esos seres jóvenes. Esa atención,
interés y sabiduría habían venido en su alma y él la repartía.
Así lo recuerdo. Afuera los grillos y el barullo de los
perros, adentro del club, la luz de la luna y los reflectores alumbrando a
rayas precisas, la cancha de básquet y su figura de pie y fumando nervioso un
cigarrillo tras otro.
Una vez, única en su vida y en la del deporte mendocino, fue
elegido presidente de la comisión de jugadores que participó del torneo
argentino de básquet. ¡Y salieron campeones! En un diario mendocino salió una
foto suya con dos personas más que no conozco y el epígrafe dice: “Se escribe
con tinta de oro MENDOZA CAMPEÓN ARGENTINO DE 1959”
Así seguía su vida, se mostraba orgulloso de mi hermano y de
mí, siempre enamorado, junto a mi mamá. Siempre andaban unidos.
Aunque no envejecieron juntos, los dos marcados por
costumbres y anhelos similares. Habían compartido cada día durante una parte de
sus vidas, pero todo acabó en poco tiempo. Su cuerpo físico exigido y
debilitado por la vida, no soportó mucho.
Murió muy joven, a los 59 años.
Si hay un Dios que nos quiere, como espero, allí está él
guardando su eternidad bajo una lápida fría y muda.
Mi papá, maestro de vida, te quiero y recuerdo. Te imagino
conmigo cuando la vida aprieta.
Clara Molina – 2024
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