UN CUENTO PARA NIÑOS
Personajes: Un niño explorador, Pipo
Una niña de 2 cm de estatura
Un perrito feliz, Bubú
La
niña del bosque
Muchos, muchos años atrás, Pipo vivía solo junto al río.
Solito no, con su amigo Bubú que era su perrito. Pipo no hablaba el idioma de
los humanos si no medias palabras y le había puesto nombre a las estrellas
igual que a sus cabras.
Pipo vivía cerca de un bosque de hinojos, un bosque; aunque
él no sabía lo que era el miedo nunca se aventuraba dentro del bosque que era
espeso y oscuro, como todos los bosques.
Pero un día, mejor dicho temprano una noche de luna llena,
Bubú se adentró en el bosque ladrando y Pipo lo siguió. No estaba tan oscuro,
había luciérnagas que parecían guiarlo y acompañarlo; Pipo observó que había
plantas fascinantes, incluso un suave fulgor de color lila parecía resplandecer
en aquél bosque misterioso.
Bubú ladraba alterado junto a unas flores, entonces Pipo se
acercó a explorar, a la luz de la luna le pareció ver un gusano con manitos que
se agitaban entre los pétalos de la flor; cuando fijó la vista en el bichito
vio que no era un gusanito. Era una niña, tan pequeñita pero tan pequeña que
estaba instalada dentro de la flor. Pipo se rascaba la cabeza ¿qué hacer con
eso que tenía piernas y manos como él?
Ese ser irradiaba luz y belleza y lo miraba con una tierna
sonrisa que le trasmitió confianza. Delicadamente tomó a la pequeña con dos
dedos y la puso en su bolsillo, vio que señalaba hacia adelante.
Caminó en esa dirección, al cabo de un rato, llegaron a un
claro donde un grupo de gnomos estaba tallando figuras de madera, los gnomos se
acercaron a Pipo y le explican en su idioma cómo se puede transformar algo
simple en algo asombroso ¡Pipo les entiende! Es que ese bosque es mágico.
Agradece a aquellos amables gnomos sus palabras y conocimientos y se siente
impulsado a seguir adelante,
Llegan a otra zona del bosque, donde un resplandeciente y
blanco unicornio se encuentra pastando.
El unicornio emanaba luz; la luminosidad que los rodeaba y
envolvía se trasmite a todo su ser. Ellos también brillaron. Eran hermosos.
Pipo comprende como si tuviera una revelación: todo es
sagrado, el bosque, la luz, la tierra el cielo, sus cabras. Una sensación
desconocida lo invadió, era feliz. Sonreía. Bubú se movía y bailoteaba moviendo
su colita. Todo era paz con súbitos destellos de fulgores.
Nunca supieron cuánto tiempo pasó ni como salieron del
bosque.
Cansados, felices, sin palabras, volvieron a su “casa”, que
era una cuevita en la piedra con ramas que cubrían la entrada.
Cuando Pipo se sentó a comer, sintió cosquillas en su pierna
y de pronto recordó a Lis que seguía en su bolsillo. La sacó, la colocó arriba
de su mesa y vio que la pequeñita movía la boca y los brazos. La acercó al agua
y ella se abalanzó dentro del cuenco de piedra que servía de taza. Sorprendido,
el niño, y sin entender qué hacer con ella, la tomó suavemente y la puso sobre
un tallo verde que guardaba en un rincón. Poco a poco Lis y Pipo empezaron a entenderse;
a él le entretenía verla moverse con sus bracitos y piernas como un gusanito, y
ella ¡Quién sabe qué pensaría ella!
Pero se quedó allí siempre acompañada por Bubú quién parecía
adivinar lo que Lis necesitaba o quería, como un pétalo con gotas de rocío, o
un granito de naranja. Cuando Pipo iba a cuidar a las cabras. Bubú le avisaba
con ladridos suaves que se quedaba solita.
Así siguieron con sus vidas. Un ruiseñor vino a vivir a su
ventana.
Cantaba, oculto a veces, y de ese modo alegraba esas
existencias puras y simples iluminadas por el misterio del bosque mágico.
Clara Molina - 2024
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