Leyenda
El
deseo de Lucía
Lucía es una niña
de 5 años. Cada mañana, cuando baja al comedor a desayunar, su papá enciende el
televisor para ver la hora y la temperatura, eso dice, pero es la hora del
primer noticiero, y ella ve que hay mucha gente mala en el mundo.
Cuando quiso
hablar con su mamá acerca de esa gente mala su madre le dijo que eso no era
para niños. Recurrió a su papá que dijo que de eso se ocupaba la policía, y le
preguntó a su maestra que le contestó que para eso estaban los jueces. Pero
cada día, en las noticias, veía que seguía habiendo gente mala, “equivocada”,
le dijo su abuelita. Entonces Lucía pensó cómo podría corregirlas.
Para eso imaginó
que ella se podía convertir en una súper niña, que se llamaría Luchita, el
nombre de su bisabuela que todo lo sabía.
Así fue que cada
noche imaginaba que visitaba a esa persona mala que salía en el noticiero y la
convencía de que es mejor ser buena.
Una mañana
escuchó que un hombre les había robado los útiles a los alumnos del colegio
secundario que estaba frente a las vías del metro, así que esa noche se
convirtió en Luchita, lo fue a buscar con su imaginación y lo amonestó con un
gran sermón, y como el personaje prometió no volver a hacerlo, confiada se
“convirtió” nuevamente en la pequeña Lucía y se durmió satisfecha.
Pero al día
siguiente en el noticiero el noticiero mostraba la misma noticia, pues aun la
policía no lograba atrapar al ladrón ni descubrir su identidad.
Esa noche se
concentró nuevamente en ser Luchita y se dirigió imaginariamente portando un
puntero en su mano, y le dio un sermón de aquellos mientras blandía el puntero
de modo amenazante. Pero al día siguiente volvieron a difundir la misma noticia
en el televisor durante el desayuno.
Lucía pensó que
necesitaba una acción más directa. A la noche, después del besito cariñoso de
su mamá se “transformó” en Súper Luchita, y esta vez armada con un látigo, y al
encontrar al responsable de esos delitos de ratería, lo azotó unos minutos como
si ella fuera un verdugo y él un prisionero de la edad media. Y ante la promesa
del delincuente de no volver a hacerlo, ella volvió a su vida de Lucía y a
dormir tranquila.
Al día siguiente
otra vez la misma noticia, por lo que Lucía estalló en una crisis de llanto,
diciendo que todo lo que ella le advirtió a ese malhechor no había servido de
nada, ante la sorpresa de sus padres que no entendían nada. Y ante las
preguntas de sus mayores les confesó de su transformación en Luchita y sus
“viajes” a tratar de modificar la conducta de ese desconocido.
Sus padres se
miraron consternados, pues descubrieron que no es saludable exponer a los niños
a los noticieros.
Su madre le
explicó que esas son fantasías que creamos con nuestros buenos deseos, y que
además no hay que castigar físicamente a nadie ni con la imaginación. Y ante el
intento de defenderse y defender a Luchita su mamá agregó: “En lugar de eso
podrías haber cuidado la plantita que te dieron en el jardín y que se ha
secado”.
Lucía corrió y
comprobó que la bella suculenta de su macetita había muerto ahogada porque ella
la había regado cada día y se puso a llorar. Su mamá le explicó lo sucedido,
pero ella no quiso darse por vencida. No pensó más en Luchita, su otro yo como
súper niña y se abocó a cuidar la ahora desierta macetita. Unos días después
brotó allí un tímido yuyito que unas semanas después floreció con una hermosa
florcita amarilla como el sol.
Cuando su mamá le
preguntó si ya no pensaba en Luchita ella contestó que había muerto, que está
enterrada en la macetita y que ahora es una florcita llamada Luchita.
Marta - 2024