EL ASADO
Era tarde
cuando llegó el correntino Acolchonado, mentiroso como pocos, preguntando por
el patrón. Apenas lo vio inició sus disculpas:
“Ayer no vine
a trabajar porque con el Gringo Batista, el Roque y el Cholo Suárez armamos
viaje al Manzano. Usted sabe como es de cuidadoso el Gringo con el Rastrojero,
y ya que lo ofreció, aceptamos. Compramos carne, vino no podía faltar, pan
casero, ensalada de berros con cebolla y ya estábamos hechos. Usted también
colaboró porque nos llevamos leña seca para no pasar frío. Llegamos. Nos costó
encontrar un lugar con poca nieve; bajamos la leña y todo lo demás pero ¡nos
habíamos olvidado de la parrilla! “En mi pueblo se atraviesa la carne en una
vara larga y el asado sale bien”, comenté. Comenzamos a hurgar la nieve hasta
que por fin encontré un palo puntudo, justo para lo que necesitábamos. Le
ensarté la carne, lo planté junto a las brasas que ya estaban a punto y nos
cobijamos de la escarcha que caía, mientras calentábamos el garguero con unos
tragos y charlábamos de todo un poco. En eso el Gringo pegó un grito que nos
dejó helados: “¡Se robaron el asado! ¡Vengan, hay huellas frescas!” Salimos
dispuestos a defender la comida. No habían pisadas, sólo una larga marca en la
nieve del ancho del asado, la seguimos y unos metros más allá avanzaba nuestro
asado lentamente, zigzagueando, ensartado en una víbora congelada y resucitada
por el fuego. ¿Qué le parece, patrón?
Elena
Trunecka
Tunuyán
– Mendoza 14/06/2014
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