Fueron leyenda
Hace muchos años, en un pueblo, se encontraba una mujer muy pobre que
tenía dos perros por única compañía.
Todas las mañanas salía con ellos a recorrer los lugares más apropiados para conseguir alimentos. Esos
lugares eran los tachos de basura, que por aquellos lados, eran tan grandes
como los contenedores que se utilizan hoy en día en las construcciones para
retirar escombros.
Allí encontraban cosas insólitas: desde caramelos, hilos, peines,
hombreras, lentes, juguetes y velas, hasta animales vivos que se refugiaban
para pasar la noche. Eran comunes una suerte de conejitos que nadie sabía cómo
se llamaban, por lo que ella los bautizó como “del cerco” pues cuando salían a
comer recorrían todos los cercos de las casas.
La mujer no solo buscaba comida sino también ropa y juguetes para los
niños. Ella misma los arreglaba y los repartía a los más pobres. Cuenta la
leyenda que cuando se puso enferma y tenía que quedarse en su casa, los dos
fieles amigos salían a hacer el trabajo que ella les había enseñado: buscaban prendas de vestir y
alimentos y los transportaban con sus bocas a la vivienda donde ella los esperaba
para remendar y preparar los regalos de los niños pobres.
Estos perros eran tan conocidos por los habitantes del pueblo que todos
los querían. Iban a todas las fiestas, a la iglesia, a participar de los
casamientos, a los velorios, y también al cementerio a acompañar a algún amigo
fallecido.
En la plaza principal les hicieron un monumento a esos dos perros por su
fidelidad de buenos amigos.
Janet - 2013
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