miércoles, 10 de mayo de 2023

 

Biografía

Juana Azurduy  de Padilla, Coronela del Ejército Libertador

 

Nació en el cantón de Toroca en las cercanías de Chuquisaca, el 12 de julio de 1780 hoy república de Bolivia, hija de don Matías Azurduy y doña Eula­lia Bermudes .Su lengua materna era el castellano, aprendió el quechua y el aymara .

 A la muerte de su madre primero y luego de su padre, su crianza queda a cargo de sus tíos junto a su hermana Rosalía. Su adolescencia fue conflictiva, chocando con las costumbres antiguas  de su tía, por lo que es enclaustrada en el Convento de Santa Teresa. Por su carácter rebelde contra la rígida disciplina, prácticamente es expulsada del Convento. Allí  realizaba reuniones clandestinas, donde conoce la vida de Túpac Amaru y Micaela. Estudia la vida de Sor Juana Inés de la Cruz entre otros, lo que le llevará a la expulsión a los ocho meses de internada.

 De regreso a su región natal, conoce a Melchor Padilla, padre de su futuro marido, amigo de los indios y obediente de las leyes realistas, Allí conoce a Manuel Padilla,  quien establece una relación de profunda amistad con Juana. Éste frecuentó las universidades de Chuquisaca y compartió con  Juana su conocimiento de la revolución Francesa, las ideas republicanas, la lucha por la libertad, la igualdad y la fraternidad. Juntos conocieron a los patriotas  Castelli, Moreno y Monteagudo representantes de La Primera Junta Argentina.

 El 8 de marzo de 1805 contrajo matrimonio con Manuel Padilla y tuvieron cinco hijos:     Manuel, Mariano, Juliana, Mercedes y Luisa, la que acompañó a su madre en  la vejez.

Gozaron de una buena posición económica, pero Manuel como era “criollo”, no podía participar de cargos en el cabildo. Por esas circunstancias Manuel Padilla se sumó a la resistencia y encabezó a los indios Chayanta. Juró servir a la causa americana y vengar  a los patriotas fusilados en el levantamiento de La Paz.

 Manuel Padilla se unió a Martín Miguel de Güemes y  fueron la pesadilla del ejército realista. Doña Juana quiso acompañarlos pero estaba prohibida la presencia de mujeres en el ejército.

Hacia 1813 los revolucionarios ocuparon Potosí y Padilla fue el encargado de organizar el ejército, tarea a la cual se sumó, ahora sí, Juana. Su ejemplo hizo que muchas mujeres se sumaran a la idea de independizarse de los españoles. “En poco tiempo, el prestigio de Juana Azurduy se incrementó a límites casi míticos: los soldados de Padilla veían en ella la conjunción de una madre y esposa ejemplar con la valerosa luchadora; los indígenas prácticamente la convirtieron en objeto de culto, como una presencia vívida de la propia Pachamama”.

Juana Azurduy siempre demostró un hondo senti­miento maternal y se preocupaba de que sus hijos cre­cieran sanos y fuertes, convencida de que una de sus misiones principales era evitar que les sucediese lo que ella tuvo que sufrir cuando sus padres desaparecieron demasiado prematuramente.

Sabedora de que la hora de combatir le llegaría tarde o temprano, porque su deseo así lo auguraba, Juana ordenaba a sus ayudantes que le fabricaran muñecos de paja con los que luego ella se ensañaba, atacándolos con alguna espada que su esposo había abandonado por mellada e inservible. O los atravesaba con una lanza de larga vara que aprendió a sujetar con fuerza en su sobaco, taloneando su cabalgadura como su padre le había enseñado

También aprendió a lanzar las boleadoras con bastante eficacia y las cabras debieron habituarse a derrumbarse cada dos por tres con sus patas arremolinadas por tiradas cada vez más certeras. La que hasta no hacía mucho fuese una dama chu­quisaqueña se enorgullecía ahora porque su brazo se endurecía y la espada parecía pesar cada vez menos, desbaratando ejércitos de muñecos que caían abatidos desparramando briznas de quinua en el aire.

El hecho de que fuera mujer, y tal estirpe de mujer, decidía a muchos hombres a unirse a la lucha y, lo que era más remarcable, también lo hacían no pocas mujeres, anticipando lo que sería aquel formi­dable cuerpo de amazonas que debería ocupar mejor lugar en nuestra Historia.

En campaña solía llevar un pantalón blanco de corte mameluco, chaquetilla escarlata o azul, adornada con franjas doradas y una gorra militar con pluma azul y blanca, los colores de la bandera del general Belgrano, quien le había obsequiado su espada favorita en cierta ocasión en que presenció su bizarría y arrojo, prenda que lucía con gran estima.

En el mes de marzo de 1814. Padilla y Azurduy vencieron a los realistas en Tarvita y Pomabamba. Pezuela, el jefe del ejército español, puso todo su batallón a perseguir a la pareja de caudillos. Las tropas revolucionarias debieron dividirse: Padilla se encaminó hacia La Laguna y Juana se internó en una zona de pantanos con sus cuatro hijos pequeños. Allí se enfermaron cada uno de ellos, y murieron Manuel y Mariano. De vuelta en el refugio del valle murieron Juliana y Mercedes, las dos hijas, de fiebre palúdica y disentería. Dicen los biógrafos que comienza aquí la guerra brutal contra los realistas.

 Está nuevamente embarazada cuando combate el 2 de agosto de 1814 junto a Padilla y su tropa, en el cerro de Carretas. Sufre ya los dolores de parto cuando escucha las pisadas de la caballería realista entrando en Pitantora. Luisa Padilla, la última hija de los amantes guerreros, nace junto al Río Grande y experimenta ahora en brazos de su madre los ardores de la vida revolucionaria         .   

Un grupo de suboficiales quisieron arrebatarle la caja con el tesoro de sesenta mil duros, el botín de guerra con el que contaban para su supervivencia las tropas revolucionarias, y que custodiaba con celoso fervor. Juana se alzó frente a ellos con su hija en brazos y la espada obsequiada por el General Belgrano. Feroz y decidida, montó a caballo con la pequeña Luisa y, juntas, se zambulleron en el río logrando llegar con vida a la otra orilla. La recién nacida quedó a cargo de Anastasia Mamani, una india que la cuidó durante el resto de los años en que su madre continuó luchando por la independencia americana.

 En 1816 Juana y su esposo, quienes tenían bajo sus órdenes seis mil indios, sitiaron por segunda vez la ciudad de Chuquisaca. Los realistas lograron poner fin al cerco, y en Tinteros, Manuel Ascencio Padilla encontró la muerte. Manuel Belgrano, en un hecho inédito, envió una carta donde la nombraba Teniente Coronel.

Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin recursos, acosada por el enemigo, perdió toda colaboración de los porteños. Decidió dirigirse a Salta a combatir junto a las tropas de Güemes, con quien estuvo tres años hasta ser sorprendida por la muerte de éste, en 1821. Decidió regresar junto a su hija de 6 años, pero recién en 1825 logró que el gobierno le dé cuatro mulas y cinco pesos para poder regresar. Ese mismo año se declaró la independencia de Bolivia y el mariscal Sucre fue nombrado presidente vitalicio. Este le otorgó una pensión, que le fue quitada en 1857 bajo el gobierno de José María Linares.

 Uno de los pocos momentos de felicidad fue aquel en que sorpresivamente Simón Bolívar, acompañado de Sucre, el caudillo Lanza y otros, se presentó en su humilde vivienda para expresarle su reconocimiento y homenajeó a tan gran luchadora. El general venezolano la colmó de elogios en presencia de los demás, y dícese que le manifestó que la nueva república no debería llevar su propio apellido sino el de Padilla, y le concedió una pensión mensual de 60 pesos que luego Sucre aumentó a cien, respondiendo a la solicitud de la caudilla, pensión, que apenas le alcanzaba para comer.

 La alcoba donde murió se encontraba en la casa número 218 de la calle España, en la ciudad de La Paz, Bolivia, en el patio interior que parece el corralón de algún antiguo tambo, donde viajeros y trajinantes alquilaban una pieza para pasar la noche.

El cuarto era pequeño y miserable, tenía un venta­nuco al oriente y la puerta al norte. Adentro había una escalerilla de adobe para alcanzar la abertura, las pare­des estaban blanqueadas y el techo con recias vigas y cañas trenzadas, rumorosas de vinchucas.

En un lecho humilde con colchones que los indios llaman "ppullus", expiraba doña Juana. Además había en la alcoba una vajilla de barro, en las paredes algunas imágenes, un arca pequeña con papeles y otro catre para Indalecio, un niño harapien­to, único testigo del último suspiro de la Teniente Coronela.

Murió, como no podía ser de otra manera, un 25 de mayo de 1862. (Revolución de  Chuquisaca 25 de mayo de 1809 )

Sus restos fueron exhumados 100 años después, para ser guardados en un mausoleo que se construyó en su homenaje.

Referencias: Historia de Bolivia  -De Jose Mesa, Teresa Gisbert  de Mesa ,Carlos  De Mesa - Quinta Edición-Editorial Gisbert La Paz 2006  Wipedia; Enciclopedia libre Internet.

 

             Helena Benenati Solsona - 2012

 

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