jueves, 27 de febrero de 2025

 

Vivencias

 

                                               La cena de graduación.

En 1962 cursaba yo mi último año de secundaria. Asistí los seis años que duraba el curso nocturno (el diurno era de cinco años) en una escuela de enseñanza comercial que tenía ambos y, según recuerdo, las mismas autoridades, y no teníamos ningún contacto con los alumnos de la tarde.

Ese año fue muy especial a nivel nacional, pues vivimos un golpe de estado que cambió, una vez más, la vida institucional del país, a lo que se sumaba la expectativa de crisis internacional a causa de la guerra fría.

Llegamos con desánimo a Noviembre y aún no teníamos decidido cómo celebraríamos nuestra graduación, pero no pensábamos ignorarla. Había algunos inconvenientes, sobre todo por causas económicas, así que decidimos hacer una cena sólo para nosotros, no participarían nuestras familias, e invitar al rector, la vicerrectora y el celador del grupo, y dividiríamos el importe general entre los alumnos.

Pero, como ya dije, las autoridades lo eran de ambos turnos, y no teníamos contacto con el otro turno, y a último momento nos enteramos que el rector ya se había comprometido con los alumnos de la tarde y que con nosotros solo estaría la vicerrectora, una persona muy especial que trataba a cada uno como si fuera una abuelita amorosa, pero quizás sentíamos pena que esto hubiera coincidido en una misma fecha y, según algunos, que nuevamente pasáramos a segundo plano.

Llegó la hora de los discursos, y uno de mis compañeros se levantó y, tomando una seriedad extraña en él, anunció con voz de locutor profesional “Unas palabras de nuestro querido rector, señor Jorge Reta, al que recibimos con un aplauso.” Todos miramos hacia la puerta de acceso, pero no aparecía. Otro de nuestros compañeros se acercó al micrófono y tomando una actitud corporal y gestual propia del rector, comenzó un discurso con idéntica tonalidad a la del representado, con palabras tan acordes al momento que se celebraba que se podría haber confundido con el original. Sólo que, a pesar de todos los consejos y buenos deseos que nuestro “rector” nos transmitía, no podíamos tomarlo en serio y nos reíamos hasta las lágrimas, cambiando mágicamente el estado de los presentes. También se sumaron los mozos del local donde celebrábamos y algún otro curioso.

Fue la noche más feliz e inolvidable de nuestro secundario, y que 62 años después aun me despierta una sonrisa de felicidad.

                                                                                              Asunción - 2024

 

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