Vivencias
La
cena de graduación.
En 1962 cursaba
yo mi último año de secundaria. Asistí los seis años que duraba el curso
nocturno (el diurno era de cinco años) en una escuela de enseñanza comercial
que tenía ambos y, según recuerdo, las mismas autoridades, y no teníamos ningún
contacto con los alumnos de la tarde.
Ese año fue muy
especial a nivel nacional, pues vivimos un golpe de estado que cambió, una vez
más, la vida institucional del país, a lo que se sumaba la expectativa de
crisis internacional a causa de la guerra fría.
Llegamos con
desánimo a Noviembre y aún no teníamos decidido cómo celebraríamos nuestra
graduación, pero no pensábamos ignorarla. Había algunos inconvenientes, sobre
todo por causas económicas, así que decidimos hacer una cena sólo para nosotros,
no participarían nuestras familias, e invitar al rector, la vicerrectora y el
celador del grupo, y dividiríamos el importe general entre los alumnos.
Pero, como ya
dije, las autoridades lo eran de ambos turnos, y no teníamos contacto con el
otro turno, y a último momento nos enteramos que el rector ya se había
comprometido con los alumnos de la tarde y que con nosotros solo estaría la
vicerrectora, una persona muy especial que trataba a cada uno como si fuera una
abuelita amorosa, pero quizás sentíamos pena que esto hubiera coincidido en una
misma fecha y, según algunos, que nuevamente pasáramos a segundo plano.
Llegó la hora de
los discursos, y uno de mis compañeros se levantó y, tomando una seriedad
extraña en él, anunció con voz de locutor profesional “Unas palabras de nuestro
querido rector, señor Jorge Reta, al que recibimos con un aplauso.” Todos
miramos hacia la puerta de acceso, pero no aparecía. Otro de nuestros
compañeros se acercó al micrófono y tomando una actitud corporal y gestual
propia del rector, comenzó un discurso con idéntica tonalidad a la del
representado, con palabras tan acordes al momento que se celebraba que se
podría haber confundido con el original. Sólo que, a pesar de todos los
consejos y buenos deseos que nuestro “rector” nos transmitía, no podíamos
tomarlo en serio y nos reíamos hasta las lágrimas, cambiando mágicamente el
estado de los presentes. También se sumaron los mozos del local donde
celebrábamos y algún otro curioso.
Fue la noche más
feliz e inolvidable de nuestro secundario, y que 62 años después aun me
despierta una sonrisa de felicidad.
Asunción - 2024
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