viernes, 11 de abril de 2025

 

Comedia

 

 

                               “ANTESALA AL CIELO”

Así se llama la sala de velatorios de Rincón Alto, y está ubicada en la Calle Antigua, en una vieja casona pintada con mucha solemnidad, decorada con angelitos regordetes y blancos pilares que sostienen macetas con plantas de interior, las que reciben más colillas de cigarrillos que los mismos ceniceros dorados con pie de madera que hay junto a las puertas, pues quizás mucha gente desconozca cuál es su función allí.

En la capilla ardiente, a corta distancia del ataúd, hay cuatro sillas y una sola estaba ocupada en el momento que velaban a don Juan Ríos. Se trataba de doña Elena Pérez, con la triste expresión que ameritaba la circunstancia, cuando entró a la sala doña María García, que luego de llorar un poco se sentó junto a ella y exclamó:

¡Era un hombre tan bueno!

¿Pariente suyo? –preguntó doña Elena.

Casi, era el suegro de mi sobrino ¿Y usted?

¡Ah! ¡Usted es doña María Pérez! ¡Claro! –dijo Elena y Agregó: Yo soy la vecina de la hija.

¡Ah, usted doña Elena García!

Ambas mujeres hicieron silencio por un pequeño lapso de tiempo, tras el cual doña María comentó para sí misma:

¡Criar tantos hijos para morir abandonado!

Y…es que era medio pícaro el viejo –comentó Elena bajando la voz.

¿Si? ¡No me diga! -María agregó fingiendo sorpresa.

Vea doña María, parece que la finada le descubrió que tenía una chinita por ahí con otros hijos…

La entrada a la sala de un hombre que fingió mirar al muerto, persignándose, para salir rápidamente les hizo guardar respetuoso silencio por un momento, para luego retomar el diálogo.

Y mire doña Elena, con la plata que ha tenido en su vida ha muerto poco menos que en la miseria, y según dicen porque le gustaba el juego.

Algo he oído doña María, parece que perdió hasta le herencia de sus padres, por lo que los hermanos no han querido saber nada con él, si llegaron hasta hacerle juicio ¡pero qué! Si todo se lo había jugado.

Como cuando trabajaba en el hospital, que me dijeron que andaba vendiendo aspirinas a mitad de precio… -aseveró Elena.

Y eso no es nada, a mí me dijeron que en su casa tenía las sábanas con el sello del hospital –dijo María, y agregó con disimulo ¡Pero mire, doña Elena, mire quién llegó ahí!

¿Quién? ¿Esa?

Sí, esa que llora es la mujer que tenía por el barrio de atrás de la estación –aseveró María.

Y Elena preguntó, con expresión ingenua ¿Y esos serán los hijos?

Los que tuvo con ésa, pero parece que no es la única –respondió María, y agregó Yo me pregunto, doña Elena ¿Cómo haría para mantenerlos a todos?

¡Ay, doña María! ¡Qué los iba a mantener! ¡Si todas sus mujeres trabajaban!

¡Qué bien! ¡Sí que lo supo hacer! ¿No le parece? –razonó María.

Ante la proximidad de los recién llegados hicieron nuevamente silencio y los llantos lastimeros de los dolientes les hicieron verter nuevas lágrimas a las buenas señoras.

Los hijos de la recién llegada hicieron salir a su angustiada madre, y nuevamente quedaron solas con el muerto, y luego de un corto silencio, doña Elena dijo con un suspiro:

No somos nada…

A lo que doña María agregó:

¡Era un hombre tan bueno el finado! ¡Pobrecito!

                                                                              Marta - 2002

 

 

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