sábado, 24 de mayo de 2025

 

Dialogo

 

                                              

 

Personajes: un álamo, un olmo, otros árboles.

 

                                                               Competencia

En el bosque, los árboles charlan entre ellos; a veces, las raíces se cuentan sus cuitas, recomiendan tipos de alimentos terrestres o se avisan si hay movimientos de aguas.

Las copas se mecen cuando el sol dora de miel los campos malva y verdes; les gusta la brisa fresca, los movimientos suaves de los pájaros que anidan en sus ramas, pero también conversan y tienen charlas como la que sigue:

Álamo: ¿Qué te pasa viejo olmo? ¿Por qué te has sonrojado tanto? Es que te has enamorado y por eso pintas casi de rojo.

Olmo: ¡Siempre averiguando qué le pasa a los demás! Me sonrojo porque el otoño me atrapa con su paleta de tinturas ocre. No porque tenga un enamorado.

Álamo: Es que ser alto y esbelto como yo no es cosa fácil. Me mantengo erguido y verde con otoño y sin otoño; con viento y con lluvia; y desde acá veo todo lo que pasa a mi alrededor. No se me escapa nada.

Olmo: Claro; esa delgadez tuya te hace creer que eres hermoso, no sé quién te lo habrá dicho, a mí me pareces escuálido, macilento y sin gracia. ¿Te alimentan bien tus raíces?

Álamo: ¡Lo que es la envidia y la ceguera! Nunca me han llamado “macilento” sino bien erguido y buscando el cielo.

Olmo: Bueno, si eso te parece adecuado, dejémoslo ahí. A mí me gustan los árboles amplios, esponjosos, con espacio para nidos y zorzales y con ramas porosas, ligeras suaves…

Álamo: Vaya, vaya, vaya, con el compadre. ¡Nunca creí que estuvieras tan satisfecho de tu, ¿Cómo lo digo sin ofender? De tu amplitud, de tu grosor un poco dilatado diría yo. ¡En cambio yo!

Olmo: Claro, en cambio tú, esmirriado y flacuchento, te vas para arriba con la nariz fruncida como si el olor de la tierra te molestara.

Un nogal que estaba cerca, se cansó de este diálogo estéril. Rogó que viniera un viento, una lluvia fresca, algo que ayudara para que esos dos se callaran.

Llegó la noche. Vino en su ayuda un airecito tibio que mecía las hojas de todos los árboles y por un tiempo; o por lo menos por esa noche hasta el día siguiente quedaron en silencio acunando sus nidos.

 

Clara Molina – 2025

 

No hay comentarios:

Publicar un comentario

  Reflexiones     Durante muchos años dediqué mis horas de lectura a las biografías. Ejercía sobre mí una especie de fascinación ver c...