UN
DÍA CUALQUIERA DE MI INFANCIA
Siendo yo una niña, bastante caprichosa por cierto,
competía con mi madre en eso que llaman “quién puede más”
Mi madre era una mujer de mucho carácter, por supuesto
que no lo parecía porque jamás alzaba la voz ni nunca gritaba, pero sus
decisiones eran irrefutables; con ella no se podía hacer ningún pacto cuando
consideraba que lo que pedía o exigía era lo correcto.
Y yo hija única, y la menor de un batallón de
primas que me mimaban y a las cuales yo adoraba. Pasé mi infancia y
adolescencia cobijada por el cariño de ellas, lo que aun extraño.
Llegó
un día al que llamo el de “la gran competencia”, una lucha de poderes entre una
mujer adulta, mi madre, que sabía bien lo que decía y lo que quería, y una
niña, yo, que no sabía mucho pero que estaba dispuesta a imponer su voluntad.
Era
un día frío y lluvioso, en que las sábanas me hablaron: “No salgas de la cama
–me decían – está requetebueno el calorcito”. Decidí entonces desafiar la
autoridad materna.
Cuando
mi madre me llamó para ir al colegio, muy suelta de cuerpo le dije: “Mamá, me
quedo en la cama, a la escuela voy mañana, total, un día que falte no es nada”
Mi
madre, en menos que canta un gallo y sin decir una palabra, me sacó de la cama,
me vistió, me dio reverendas cachetadas y sin que me diera cuenta estaba ya de
camino al colegio, y digo camino porque tenía que ir caminando, con la lluvia,
mi rabia, mi dolor y mi llanto.
Era
tan fluido mi lloro y tan grande mi rabia que no vi una acequia llena de agua,
que en ese momento la lluvia la había convertido en un torrente, y allí fui a
parar con guardapolvo blanco y zapatos recién comprados y mi valija de útiles.
Regresé
a casa. Ya no lloraba, pues el susto y el frío eran ahora mis compañeros. Mamá
me vio llegar, me cambió de ropa, me dio un cuaderno seco y un lápiz, una goma
y una manzana y me mandó de vuelta.
No
lo podía creer, no hubo consuelo ni lástima por mí. Entonces aprendí quién era
mi madre y que a ella no se la desafiaba.
Marta
M. 2013