cuento
El
olvido de las Musas
Sí, porque deben haberme olvidado. Acabo de recibir un
ultimatum de la editorial, pues mañana vence el plazo en el que debía enviarles
mi nueva novela por la que me han pagado el cincuenta por ciento de lo
acordado, y de la que no he podido desarrollar ni el título.
Después de mi última novela, que alcanzó el estatus de “best seller” con la
que logré ser reconocido en los círculos de escritores y, poco a poco, ir
ganando gran popularidad entre los lectores de temas de moda, y tuviésemos una
enorme venta de ejemplares, los creativos de la editorial se apresuraron a contratar
mi siguiente trabajo, antes que alguna competidora se les adelantara, y yo,
agrandado como galleta en agua como dice el dicho popular, les aseguré que
sería aún mejor que la anterior; pero heme aquí, paralizado, impotente ante mi vieja
computadora, sin saber qué hacer.
Como una posibilidad, ante la incertidumbre, se me ocurrió
citar a Lisandro Espina, el personaje central de mi novela estrella “El pampero
imbécil”, a una entrevista esperando lograr alguna idea interesante. Lisandro
vino, al parecer con la esperanza que compartiera con él algo de las ganancias
que dicho libro devengó, pero al saber que solo le llamé para que me ayudara
con alguna idea, se levantó de su silla y se fue dando un portazo. Recurrí a
otros personajes secundarios, como Areolinda Barroso, la enamorada de Lisandro
en esa novela, pero ella me increpó diciendo que la había expuesto ante los
lectores como una pobre desgraciada, lo que le produce tanta vergüenza que no
puede ni mirarse al espejo. Los otros personajes que cité ni siquiera
aparecieron.
Me he sentido muy defraudado y siento que esos personajes son
unos desagradecidos, pues no creo que algún otro escritor se interese en darles
vida.
Así fue que tomé una arriesgada decisión: llamaría a un
“casting” para el día siguiente. Grande fue mi sorpresa cuando, al abrir la
puerta, vi una enorme fila que daba vuelta a la esquina. Hacia allí me dirigí,
y para mi asombro, llegaba a la otra esquina. Mi curiosidad me llevó hasta ese
lugar y la cola ya estaba por alcanzar nuevamente mi vereda en cuanto se
agregaran algunos más.
Hice pasar con toda amabilidad a la primer persona de la
fila, una hermosa joven gitana, pero ella venía a ver qué tenía yo para
ofrecerle, que como les dije, yo carecía totalmente de argumento, por lo que le
pregunté por su experiencia y ella me aseguró que había trabajado con Cervantes
hacía unos siglos, pero después de eso no había tenido ningún otro trabajo.
Algo semejante sucedió con el segundo personaje, era
Prudencio Aguilar, quien fue muerto por José Arcadio Buendía en “Cien años de
Soledad” de la pluma de Gabriel García Márquez; el tercero era Magog, quien trabajó con Gog en
“El banquete de Severo Arcángelo”, de Marechal, y después se presentó la
pulpera de Santa Lucía, y luego Peter Pan, y más tarde un pitufo… y ya comencé
a marearme, pero seguí entrevistando a los innumerables personajes de aquella
inagotable fila. Pero cuando ya no daba más de cansancio entrevisté a uno que
me hizo ver la realidad de ese momento: “El loco” de Kalil Gibrán. Él me dijo
que lo que ellos querían era que yo les diera vida, no que se las robara.
Así fue que cuando el loco se fue también salí con él. Y me
dirigí al final de la fila y ahí estoy, esperando que algún escritor me cite
para dar vida a un texto.
Asunción - 2024
No hay comentarios:
Publicar un comentario