jueves, 21 de noviembre de 2024

 


NOVELA

 

Firmé un libro y salí de la comisaría, era una mañana cálida, con gente desplazándose sin prisa, fue difícil caminar después de una noche terrorífica, durmiendo en el suelo y con la barriga vacía, anduve unas cuadras y encontré una plaza donde me quedé haciendo ejercicios para recuperar mi lamentable estado físico. Seguí caminando y desde lejos divisé la casa de Amalia.

Cómo no hacerlo si en un entorno de casas bajitas, comunes, se erguía imponente esa especie de castillo medieval que heredó de unos tíos lejanos a los que ella cuidó hasta que fallecieron.

Recordé que cuando éramos niños veníamos a visitarlos, ella, la tía, era una señora amable y cariñosa, a mí me gustaban las meriendas que nos servían, es que preparaba tantas cosas exquisitas que cuando mamá anunciaba que iríamos a ver a los tíos, yo saltaba y aplaudía contento.

Tal vez por eso me sentí triste al leer el cartel que había en las rejas: SE VENDE Llamar al teléfono 274797.

Me senté frente a la gran casona ya que era temprano y Amalia duerme hasta tarde los domingos, mil ideas empezaron a rondar por mi cabeza ¿Por qué querrá venderla? en realidad es muy grande para una sola persona. Será que no puede cubrir los gastos y pagar los altos impuestos. Será qué tal vez quiere marcharse del pueblo, en fin, ahí estaba yo imaginando éstas y otras muchas conjeturas, lo cierto es que el tiempo parecía no avanzar. Es que los días domingos son lentos, tediosos.

De pronto tuve una visión reveladora, imaginé ver la casona convertida en un lugar de descanso para las personas que iban a pasear a la costa y me vi atendiendo, recibiendo y despidiendo gente. ¡Qué locura!

Tal vez no era una locura, con tantas habitaciones y ése comedor inmenso, además de los bellos jardines que solo necesitaban mantenimiento…

Pensaba también en el pago recibido por mi jubilación y mis ahorros de tantos años trabajando en alta mar…era buen dinero para comenzar una actividad que siempre me gustó, cuando llegábamos a algún puerto y nos atendían, me sentía feliz.

Tendría que conversarlo con mi prima, tal vez en un futuro próximo seamos socios.

¿Por qué no? Así la casona seguiría siendo de la familia. Crucé la calle y toqué el timbre, era hora de estar cara a cara con Amalia.

 

                                                               Ana María Muñoz - 2024



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