miércoles, 4 de junio de 2025

 

 

                                              HISTORIAS CON INFANCIA

En mis últimas vacaciones pensé varias veces qué sería lo primero que escribiría al recomenzar el taller.

Sin embargo, la imaginación estuvo escasa por mi casa ¡No logré concretar una idea!

Mente invadida de ideas saltarinas imposibles de cazar, calmar u ordenar.

Diciembre tuvo la vorágine que trae los últimos días de trabajo con las emociones a flor de piel de las fiestas, de la familia, de los conflictos no resueltos, de ser anfitriona en los eventos familiares y del abrazo a mi misma. Eterno.

Enero, en cambio, resultó ser muy corto, alcanzando apenas para cumplir con algunos pendientes.

Mientras ordenaba la “casa grande” de mis abuelos, en un golpe de suerte y destino, encontré unos manuscritos de mamá, inéditos para mí. Dormían detenidos en el tiempo rodeados de muchos papeles, los que por su sola presencia invitaban a ser escritos.

Decidí guardarlos a todos, con el cariño y cuidado que los tesoros descubiertos merecen, tal vez, para el año creativo.

Admito que imaginé, allí sí imaginé.

Las ideas bombardearon con historias diferentes una mente descansada. Con una casa impregnada de emociones, de historias, de comienzos, de finales y muchas aventuras grabadas en el imaginario de una niña que solo quería soñar despierta; no fue difícil despertar la creatividad de la mujer que hoy ordena años de rastros.

Descansé un momento sentada junto a la mesa, frente al ventanal iluminado de la casona familiar. Observé el deterioro de los años, que no perdonan el descuido pero que mantienen intacta la magia de las historias.

Con un lápiz en mi diestra y un colín sosteniendo el pelo rebelde me dispuse a plasmar las aventuras que fluían sin cesar.

La primera, en un barco atravesando el Atlántico, llevando en su interior a mis bisabuelos, con sus escasas pertenencias deseando ver el horizonte prometido. El miedo, la ansiedad, mucha humildad y amigos oportunos de viaje.

Una nueva de vaqueros llega corriendo por el patio grande de tierra. Como esos que se veían en el televisor del comedor, vestidos de blanco y negro riguroso y algunos matices de grises. Salían de la pantalla y se escapaban en una persecución que terminaba en abrazo de asado dominguero. Más tarde se escondían entre los árboles: los pinos, el viejo y gran roble.

Los manzanos añorados eran testigos de la inocencia sobre las consecuencias de una lucha, en mis recuerdos de niña. Por eso la persecución termina en un encuentro con la media tarde servida, cerca del horno de barro, y panes tibios con mermeladas caseras.

Me detengo. Algo distrae mi atención. Allí están las siluetas etéreas de mi Meme, Tata, Teté y mamá, atravesando los muros y los tiempos con una calidez inigualable y una calma de amor sin fin. Creo que ellos también sonríen en el cielo donde están, navegando entre las plantas y los patios de la infancia que atesoro.

Esto necesito decirles. Esto quiero contarles.

 

Estela Iris Gonzalez

Marzo 2025



 

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