martes, 3 de junio de 2025

 

Cuento

 

                                               Luchita, la maga.

Hace ya algunos años que logré cumplir mi sueño, el de ser independiente. Logré un trabajo bien remunerado, por lo que decidí mudarme al centro de la ciudad, donde todo queda más a mano según pensaba en ese momento. Busqué el lugar ideal por dos largos años, que me parecieron eternos, y un día de junio de 2012, leyendo como cada domingo los clasificados del diario de mayor circulación, vi el anuncio de un departamento, daba el domicilio e incluso el valor de venta, ubicado en el casco antiguo de la ciudad, donde las construcciones son amplias y cómodas, pero que, en algunos casos denotan el paso del tiempo.

Al día siguiente, día feriado, me dirigí a la dirección indicada y, desde la reja de entrada me quedé maravillada por la simpleza del lugar, y por encima de todo, porque tenía en mis ahorros el monto anunciado para poder adquirirlo.

Llamé al día siguiente a la inmobiliaria que lo anunciaba y quedé en ver el departamento. Me agradó, pues se veía cómodo, muy luminoso y no se oye el tránsito de la calle. Tras las negociaciones y trámites legales pude mudarme al poco tiempo. Era como si una corriente invisible posibilitara que los inconvenientes que surgían se fueran solucionando con facilidad.

Reduje mis pertenencias a las adecuadas para las dimensiones del lugar y, lo último que llevé fue a mi vieja compañera, mi gata Misha. Ella entró al departamento con cautela ante lo desconocido, y en unos días aceptó el lugar haciéndolo propio.

Y en 2020 vino la pandemia, y quedamos aisladas, encerradas. Yo salía a caminar a la terraza dando giros, contando los pasos, no menos de mil cada tarde, mientras mi gata se subía a una pared y me miraba con sus ojos entrecerrados, pues solo me acompañaba una o dos vueltas porque ya tenía algo más de veinte años y se cansaba.

Comencé a trabajar por internet, así que no padecimos demasiado. Ella murió el 27 de diciembre de ese año entre mis brazos, solo de viejita. Me ofrecieron mascotas pero yo dije que no más. Y han pasado cuatro años y me he mantenido en mi decisión.

El mes pasado, como cada jueves, fui al mercado a reponer víveres. Al regreso, en la puerta del hotel a cuadra y media de mi hogar, a las 10 de la mañana de este otoño dorado, y como cada otoño con un sol brillante y límpido que iluminaba la puerta de entrada frente a la cual había una bellísima gata blanca, con un par de ojos azules que me conquistaron. Me hice la fuerte y seguí, pero quedé prendada y fui por ella.

Llegó al departamento y se comportó como si siempre hubiese estado aquí. Mi vecina del uno vino a verla y dijo, como chiste, “Es la reencarnación de la Misha” aunque aquella gata no era blanca. Le comenté que había visto en internet que los gatos blancos son segregados por otros gatos, que al parecer los consideran como de mala suerte o maléficos, lo que los humanos le atribuimos a los gatos negros.

Luchita, que así la llamé por que tiene los ojos intensamente azules como una amiguita de mi infancia llamada Lucía a la que le decíamos así, sube a mi cama cuando estoy recostada y pone su cabeza junto a la mía. Pide su desayuno cuando preparo el mío, y cosas así. Es delicada y aparentemente tranquila. Comencé a dejarla salir a la terraza, luego, alguna vez al pasillo de abajo, pero nada más. Con más frecuencia se sube a mi cama, y como me siento incómoda, comencé a cerrar la puerta y dejarla fuera de mi habitación.

Ya van dos noches escuché lo que me pareció que alguien abría la puerta de acceso, pero con la proximidad de los departamentos supuse que era algún vecino.

Ayer mi vecina del 6 me preguntó -¿Cómo le fue anoche? ¡Iba tan linda! –pensé que se habría equivocado, pero nos interrumpieron y no aclaré que yo no había salido de mi departamento.

Hoy escuché por la ventana de mi cocina que esa vecina hablaba con alguien, a quien le dijo Marta, mi nombre. Pensé que mi vecina estaría desarrollando una demencia senil. Puse agua a hervir para el desayuno y fui a lavarme los dientes.

Frente al espejo lo descubrí, algo terrible había sucedido. ¡En una noche me he convertido en una anciana de ochenta años!

 Se abrió la puerta de entrada y ¡cómo decirlo! entró mi antigua imagen, que me dijo: “Soy Luchita, pero desde ahora me llamo Marta, ya le dije a la vecina que llegó mi mamá a vivir conmigo, pues necesito quien se encargue de la casa y la comida mientras sigo con mis estudios de magia.”

 

                                                                              Marta - 2025



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