Teatro
EL MANDATO
Por Marta Ibáñez - 2011
Personajes:
SILVIA GONZÁLEZ: comisaria, 45 años, linda.
AGENTE DE POLICÍA: edad
indefinida, desprolijo en el vestir.
RICARDO PEREYRA: 80 años,
detective jubilado.
GENEROSO PIOTTI: 30 años, gerente
del banco y novio de Amable
AMABLE LÓPEZ: 25 años, tesorera
del banco, hija de la comisada y novia de Generoso
PACÍFICO OTERO: 40 años, sereno
del banco.
La acción transcurre en una desordenada oficina, con armarios
atiborrados de expedientes y un escritorio con montañas de carpetas y papeles,
un termo, un mate, una bandeja de cartón con algunas masitas, más un espejo y
un frasquito de esmalte. SILVIA GONZÁLEZ
una mujer de 45 años, linda y bien arreglada a pesar de vestir uniforme con
rango de comisario, habla fuerte mientras se pinta una uña que mira sin
atenderla demasiado, mordisquea una masita, camina unos pasos, se sirve un mate
que lleva en su mano, camina de un lado a otro en su monólogo, mientras un AGENTE
DE POLICÍA la escucha.
SILVIA GONZÁLEZ: (enarbolando una media luna en su mano
derecha mientras da vueltas por el escenario) A ver, revisemos nuevamente:
¿Qué se nos está escapando? A ver, agente, escúcheme y dígame si algo no
encaja. A las tres de la madrugada el agente de guardia, en ese caso usted,
recibe el llamado desesperado del sereno del Banco Nuevo diciendo que lo han
asaltado. ¿Voy bien?
AGENTE DE POLICÍA: (asiente sin decir nada)
SILVIA GONZÁLEZ: (se mira al espejo de ambos lados de la cara
y apoyándolo bruscamente sobre el escritorio vuelve a pasearse por el
escenario) Usted envía inmediatamente un patrullero al Banco y me informa
por teléfono, y manda otro móvil a buscarme. Yo me visto, le dejo una nota en
la mesita de luz a mi hija y me voy en el auto policial que me lleva derecho al
Banco. Allí todo el mundo habla al mismo tiempo: no han forzado nada, pero sí
han maniatado al sereno, y en vez de robarse algo han dejado dentro de la
bóveda una bolsa con doscientos
cincuenta mil dólares. ¿Los hechos sucedieron como lo estoy diciendo?
AGENTE DE POLICÍA: (Asiente sin decir nada.)
SILVIA GONZÁLEZ: (Deteniéndose bruscamente y señalando al
agente con dedo acusador) ¿Y que he tenido que hacer? Recurrir a la
experiencia de mi viejo maestro Ricardo Pereyra, quien me hizo enamorar de esta
profesión, para que me ayude en el esclarecimiento de este misterio, porque yo
me siento impotente, y todos mis subalternos son incapaces de encontrar un
elefante en una bañadera, así que veremos que tiene para decirme mi padrino,
que ya debe estar por llegar. Vaya no más, agente, y avíseme cuando llegue mi
querido Ricardo.
Sale el agente del escenario por una puerta del decorado y la comisaria
queda sola, se pinta las uñas, se mira al espejo y vuelve a pasearse impaciente
hasta que la puerta se abre y el agente se asoma.
AGENTE DE POLICÍA: (abriendo la puerta desde afuera y con tono
marcial anuncia) ¡Llegó el detective Pereyra, mi comisaria!
SILVIA GONZÁLEZ: (Moviéndose diligente hacia la puerta) ¡Que pase! ¡Que pase! ¡Adelante, padrino! (Y
al agente) Vaya no más, agente. Lo llamo si lo necesito. (Besa al
recién llegado a modo de saludo y con impaciencia pregunta)
¿Descubrió algo? ¡Por favor, dígame que sí!
RICARDO PAREYRA: (sentándose con dificultad en una silla)
Bueno, m´ija, lo primero que hice fue entrevistar a todo el mundo que tuvo algo
que ver esa noche, comenzando por Pacífico Otero, el sereno, que me dio la
pista de lo sucedido pero no el motivo de tan extraño suceso. Me contó que al
dar las dos se sirvió un café como acostumbra hacer para no quedarse dormido, y
en ese momento sintió que lo amenazaban con un arma en la nuca y una voz
visiblemente deformada le ordenaba que se sentara y el otro malhechor lo
maniató en silencio y lo dejaron encerrado. Una hora después logró soltarse y
salir pero ya no había nadie.
SILVIA GONZÁLEZ: (con tono y gestos impacientes) ¿Pero
quién fue, padrino? ¿Lo descubrió? ¡Por
favor, dígame! ¡No me deje con esta incertidumbre!
RICARDO PAREYRA: (Con gesto conciliador) ¡Cálmese, pues
m´ijita, que todo se va a saber a su tiempo!
Haga venir a todos los que estuvieron involucrados esa noche, al sereno,
al gerente del banco y a la tesorera. Cuando estemos todos se lo voy a decir.
SILVIA GONZÁLEZ: (abriendo la puerta del decorado) Agente,
llame a mi hija, a Piotti y a Otero, los necesito a todos aquí en menos de 20
minutos.
AGENTE DE POLICÍA: (desde afuera) ¡Sí mi comisaria, a la
orden! (Se lo escucha tomar el teléfono y citar a las tres personas para que
se presenten en forma inmediata) Hola,
¿con el Banco Nuevo? De la comisaría, Señorita, dígales al sereno, al gerente y
a la tesorera que se presenten a la mayor brevedad posible en la comisaría que
la comisaria los está esperando
SILVIA GONZÁLEZ: (nerviosa y algo histérica) ¡Ay,
padrino, de veras que estoy muy intrigada con todo, por favor, dígame si lo
descubrió!
RICARDO PAREYRA: (Con una risita sarcástica) Ya le dije
que se calme, que todo se va a aclarar a su tiempo.
Se abre la puerta y el agente hace pasar a las tres personas citadas.
AMABLE LÓPEZ: (con
gesto de desconfianza) ¡Hola tío! ¡Hola mamá! ¿De qué se trata todo esto?
GENEROSO PIOTTI: (algo intranquilo) Buenas tardes ¿Hay
buenas noticias?
PACÍFICO OTERO (indiferente) Buenas tardes.
:
SILVIA GONZÁLEZ: Pasen y
siéntense, que el detective Pereyra nos tiene noticias y
quiere que todos las oigamos. (Y
dirigiéndose al anciano) ¡Por favor, díganos!
RICARDO PAREYRA: (se pone de pie con dificultad y comienza a hablar con solemnidad)
Ustedes saben que en estos cuarenta y cinco días me he dedicado a investigar,
los he interrogado varias veces, he leído los libros contables del banco desde
que se fundó y he revisado todas las noticias importantes del diario local
desde que se creó hasta la fecha. (Hace
una larga pausa mientras se pasea de un lado a otro, incómodo por lo que tiene
que decir)
SILVIA GONZÁLEZ: (Al borde de la histeria) ¡Por favor, señor! ¡No nos haga esperar
más!
RICARDO PAREYRA: (Muy serio) Los agentes comprobaron que
nada había sido violentado y que todo se cerró normalmente. El Intendente del
Banco asegura que nadie puede ingresar sin dos juegos de llaves, que están en
manos de distintas personas. La tesorera dice que el tesoro no puede abrirse en
siete minutos porque la acción de retardo está programada en quince, lo que
indica que cuando atacaron al sereno el mecanismo ya se había puesto en marcha.
Por lo tanto, aquí estamos todos los que de alguna manera somos responsables de
lo sucedido, sólo falta uno, el verdadero culpable, porque está muerto.
AMABLE
LÓPEZ: (con voz aflautada por la
emoción) ¿Qué? ¡Pero si nadie murió en el asalto!
RICARDO PAREYRA: (con tono imperativo) Por favor, les
ruego que no me interrumpan. Cuando el banco se cerró, dos personas simularon
salir pero se quedaron adentro, esperaron hasta que faltaran ocho minutos para
las dos de la madrugada y accionaron la apertura del tesoro, y a las dos en
punto redujeron y encerraron al sereno, atándolo de modo que pudiera soltarse
al poco tiempo.
SILVIA GONZÁLEZ: Entonces los
atracadores son del personal del Banco.
RICARDO PAREYRA: Así es, m´ijita,
y una de ellas es Amable, tu hija, y el otro es Generoso, su novio. (Se desata una gran confusión donde todos
hablan al mismo tiempo, se levantan de sus sillas y tarda en volver el orden) Pero
ellos lo hicieron por mandato.
SILVIA GONZÁLEZ: (extremadamente angustiada) ¡No puede
ser, mi hija dormía profundamente cuando la policía me llamó!
RICARDO PAREYRA: (mirando fijamente a la contadora) Esa era su coartada, en realidad recién se
acostaba.
SILVIA GONZÁLEZ: (a punto de desmayarse, se apoya sobre el
escritorio) ¿Cómo es eso? ¡Acláremelo, por favor, padrino!
RICARDO PAREYRA: (con parsimonia como quien cuenta un cuento)
Hace muchos años, este Banco sufrió un atraco que nadie pudo aclarar,
faltaron 90.000 dólares que se habían recibido para construir un hospital en
Llanos Verdes y que, a causa de esto, nunca se pudo hacer. En un pueblo chico
como éste algo se ponía en evidencia, alguien cambiaría su modo de vida o se
iría a vivir a otro lugar, pero nada de eso sucedió. Entonces el doctor Luis
Piotti, promotor del proyecto del hospital viajó a la Capital y trató
infructuosamente de conseguir otra partida para hacer el hospital, pero volvió
con las manos vacías. Hace un mes que Don Luis murió, y todo el pueblo lo
honró. He aquí la clave del asunto: le dio a su nieto el mandato de devolver el
dinero que en 1929 él depositara en un banco de la Capital, y que se han
convertido con el tiempo en los 250.000 que Generoso, con la complicidad
necesaria de Amable, ya que cada uno poseía una de las dos llaves para abrir el
tesoro, han introducido en el Banco de
un modo poco ortodoxo.
SILVIA GONZÁLEZ: (desplomándose en una silla con un suspiro) ¡Dios
mío, quien lo hubiera imaginado!
Silencio en todos los presentes durante varios segundos.
RICARDO PAREYRA: (con una sonrisa y tono de alegría)
¡Podemos decir que llegó el tiempo de construir el hospital!
Cae el telón.