Cuento
fantástico
La
obsesión y la deuda.
En el año 1978 la doctora Miranda Davis se encuentra en
el museo de El Cairo realizando estudios sobre la momia del faraón Neferet,
sucesor de Amenofis IV, o Akenatón. Su entusiasmo por el Egipto antiguo la
había acompañado durante toda su vida, y a pesar de su juventud había acumulado
gran experiencia en el tema y profundizado especialmente el período del reinado
de Akenaton, quien produjo en Egipto una profunda revolución religiosa al
imponer el monoteísmo sobre el politeísmo existente hasta ese momento sostenido
por el poderoso clero del Dios Amón.
Por los escritos antiguos supo que Nefertitis había sido
la reina en aquel periodo y que había dado a Amenofis IV seis hijas, a la
tercera de las cuales casó con Tutankamón, hijo del mismo faraón con una
favorita, y que ambos sucedieron en el trono a Neferet, pero una pregunta surge
como una idea extraña ¿Quién fue ese faraón y qué fue de Nefertitis en ese
período? Pues los últimos años de vida de Amenofis IV co-gobernó con ella
¿Podría, acaso, haber sido Neferet y Nefertitis una misma persona? Si su
sospecha era cierta, Egipto habría tenido una mujer como faraón.
La doctora Davis
realiza todos los estudios que están a su alcance para demostrar su teoría.
Logra someter a la momia de Neferet a todos los análisis posibles con los
equipos e instrumentales más avanzados. Apasionante búsqueda que va dando
respuestas afirmativas en importante porcentaje de que se trataba de una mujer
que había muerto asesinada de varias puñaladas. Al parecer la mano de la momia,
desaparecida 150 años antes, evidencia haber sostenido en un puño el cetro con
el que eran sepultados los faraones. ¿Una mujer faraón?
Cree poder demostrar con esto que Nefertitis habría
cambiado su nombre por el de Neferet al suceder a su esposo en el trono. Mas la
comunidad científica e intelectual no dan crédito a su teoría. Esto parece no
afectarle mayormente en un primer momento, y sin dificultades continúa su
trabajo e investigaciones como antropóloga, pero lamentablemente va
sumergiéndose en un pozo depresivo, acompañado de alergias que atacan su
organismo sin piedad.
La medicina no la calma. Recurre a la psicología y por
último a la psiquiatría. Su `siquiatra no logra solucionar su problema, por lo
que le recomienda al Dr. Fresno, quien trata a pacientes con síntomas
incurables mediante regresión a vidas pasadas. Grandes dudas la atormentan
durante un tiempo pues la teoría de la reencarnación choca con su mente científica,
pero acepta ante la persistencia de sus síntomas y que su incapacidad
progresiva para trabajar, tanto por sus estados de angustia como por el
comportamiento de su entorno, donde los comentarios de que su enfermedad deriva
de su orgullo herido la excluye de los círculos más ortodoxos, mas el
fantasioso rumor de que la habría alcanzado “la maldición de los faraones” le
hace difícil su relación con los menos conocedores de la materia.
Los “viajes” a vidas pasadas a través de la hipnosis, de
la mano experimentada del Dr. Fresno le muestras muchas cosas de su actual
carácter. Algo llama la atención del psiquiatra: en todas las vidas que
incursiona la paciente había sido mujer, en cada una había sido infeliz,
esclavizada, sometida, torturada, y en muchas había tenido un final violento,
pero siempre rechazaba, aun hipnotizada, remontarse a los años en que
Nefertitis había vivido.
Estaba convencida que el comportamiento de su
inconsciente se debía a la negación de volver a sufrir aquella horrible muerte
que mostraban las heridas de la momia, es decir, estaba muy segura de que
alguna vez fue la hermosa reina del Nilo.
Eso le permitió trabajar hasta vencer sus bloqueos y así,
en una sesión que parecía que sería como las demás, se vio en el palacio de
siglos atrás, y vio a Nefertitis, o Neferet como se llamaba desde hacía tres
años, avanzar hacia él, hombre en esa vida, totalmente confiada, ya que era su
guardia personal, nombrado por el Sumo Sacerdote del Templo de Amón, y a quien
juró defender con su vida.
Sintió su propia ira, vio su mano alzarse con un estilete
y apuñalarla hasta acabar con la vida de la hermosa reina. No podía soportar a
una mujer en el trono, menos a esa que demostró ser capaz de reunificar Egipto
después de que se produjera una ruptura ante el monoteísmo impuesto por
Akenatón; su odio y su envidia le dieron fuerzas para su traición.
El Dr. Fresno le lleva hacia adelante en esa vida, y se
ve muriendo arrepentido, pidiendo a los dioses que le permitan purgar su falta
y, de algún modo, pagar la deuda con su víctima. Sale así del trance, capaz de afrontar
la vida y sabedora del motivo que tiene para la profesión y la pasión que
abrazó.
Asunción Ibáñez – 2004