Cuento
Luchita,
la maga.
Hace ya algunos años que logré cumplir mi sueño, el de ser
independiente. Logré un trabajo bien remunerado, por lo que decidí mudarme al
centro de la ciudad, donde todo queda más a mano según pensaba en ese momento.
Busqué el lugar ideal por dos largos años, que me parecieron eternos, y un día de
junio de 2012, leyendo como cada domingo los clasificados del diario de mayor
circulación, vi el anuncio de un departamento, daba el domicilio e incluso el
valor de venta, ubicado en el casco antiguo de la ciudad, donde las construcciones
son amplias y cómodas, pero que, en algunos casos denotan el paso del tiempo.
Al día siguiente, día feriado, me dirigí a la dirección
indicada y, desde la reja de entrada me quedé maravillada por la simpleza del
lugar, y por encima de todo, porque tenía en mis ahorros el monto anunciado
para poder adquirirlo.
Llamé al día siguiente a la inmobiliaria que lo anunciaba y
quedé en ver el departamento. Me agradó, pues se veía cómodo, muy luminoso y no
se oye el tránsito de la calle. Tras las negociaciones y trámites legales pude
mudarme al poco tiempo. Era como si una corriente invisible posibilitara que los
inconvenientes que surgían se fueran solucionando con facilidad.
Reduje mis pertenencias a las adecuadas para las dimensiones
del lugar y, lo último que llevé fue a mi vieja compañera, mi gata Misha. Ella
entró al departamento con cautela ante lo desconocido, y en unos días aceptó el
lugar haciéndolo propio.
Y en 2020 vino la pandemia, y quedamos aisladas, encerradas.
Yo salía a caminar a la terraza dando giros, contando los pasos, no menos de
mil cada tarde, mientras mi gata se subía a una pared y me miraba con sus ojos
entrecerrados, pues solo me acompañaba una o dos vueltas porque ya tenía algo
más de veinte años y se cansaba.
Comencé a trabajar por internet, así que no padecimos
demasiado. Ella murió el 27 de diciembre de ese año entre mis brazos, solo de
viejita. Me ofrecieron mascotas pero yo dije que no más. Y han pasado cuatro
años y me he mantenido en mi decisión.
El mes pasado, como cada jueves, fui al mercado a reponer
víveres. Al regreso, en la puerta del hotel a cuadra y media de mi hogar, a las
10 de la mañana de este otoño dorado, y como cada otoño con un sol brillante y
límpido que iluminaba la puerta de entrada frente a la cual había una bellísima
gata blanca, con un par de ojos azules que me conquistaron. Me hice la fuerte y
seguí, pero quedé prendada y fui por ella.
Llegó al departamento y se comportó como si siempre hubiese
estado aquí. Mi vecina del uno vino a verla y dijo, como chiste, “Es la
reencarnación de la Misha” aunque aquella gata no era blanca. Le comenté que
había visto en internet que los gatos blancos son segregados por otros gatos,
que al parecer los consideran como de mala suerte o maléficos, lo que los
humanos le atribuimos a los gatos negros.
Luchita, que así la llamé por que tiene los ojos
intensamente azules como una amiguita de mi infancia llamada Lucía a la que le
decíamos así, sube a mi cama cuando estoy recostada y pone su cabeza junto a la
mía. Pide su desayuno cuando preparo el mío, y cosas así. Es delicada y
aparentemente tranquila. Comencé a dejarla salir a la terraza, luego, alguna
vez al pasillo de abajo, pero nada más. Con más frecuencia se sube a mi cama, y
como me siento incómoda, comencé a cerrar la puerta y dejarla fuera de mi
habitación.
Ya van dos noches escuché lo que me pareció que alguien
abría la puerta de acceso, pero con la proximidad de los departamentos supuse
que era algún vecino.
Ayer mi vecina del 6 me preguntó -¿Cómo le fue anoche? ¡Iba
tan linda! –pensé que se habría equivocado, pero nos interrumpieron y no aclaré
que yo no había salido de mi departamento.
Hoy escuché por la ventana de mi cocina que esa vecina
hablaba con alguien, a quien le dijo Marta, mi nombre. Pensé que mi vecina
estaría desarrollando una demencia senil. Puse agua a hervir para el desayuno y
fui a lavarme los dientes.
Frente al espejo lo descubrí, algo terrible había sucedido. ¡En una noche me he convertido en una anciana
de ochenta años!
Se abrió la puerta de
entrada y ¡cómo decirlo! entró mi antigua imagen, que me dijo: “Soy Luchita,
pero desde ahora me llamo Marta, ya le dije a la vecina que llegó mi mamá a
vivir conmigo, pues necesito quien se encargue de la casa y la comida mientras
sigo con mis estudios de magia.”
Marta - 2025