Biografía
Juana Azurduy de Padilla, Coronela del Ejército Libertador
Nació en el cantón de Toroca en las cercanías de
Chuquisaca, el 12 de julio de 1780 hoy república de Bolivia, hija de don
Matías Azurduy y doña Eulalia Bermudes .Su lengua
materna era el castellano, aprendió el quechua y el aymara .
A la muerte de su madre primero y luego de su padre,
su crianza queda a cargo de sus tíos junto a su hermana Rosalía. Su
adolescencia fue conflictiva, chocando con las costumbres antiguas de su tía, por lo que es enclaustrada en el
Convento de Santa Teresa. Por su carácter rebelde contra la rígida disciplina,
prácticamente es expulsada del Convento. Allí
realizaba reuniones clandestinas, donde conoce la vida de Túpac Amaru y
Micaela. Estudia la vida de Sor Juana Inés de la Cruz entre otros, lo que le
llevará a la expulsión a los ocho meses de internada.
De regreso a su región natal, conoce a Melchor
Padilla, padre de su futuro marido, amigo de los indios y obediente de las
leyes realistas, Allí conoce a Manuel Padilla,
quien establece una relación de profunda amistad con Juana. Éste
frecuentó las universidades de Chuquisaca y compartió con Juana su conocimiento de la revolución
Francesa, las ideas republicanas, la lucha por la libertad, la igualdad y la
fraternidad. Juntos conocieron a los patriotas
Castelli, Moreno y Monteagudo representantes de La Primera Junta
Argentina.
El 8 de marzo de 1805
contrajo matrimonio con Manuel Padilla y tuvieron cinco hijos: Manuel, Mariano, Juliana, Mercedes y
Luisa, la que acompañó a su madre en la
vejez.
Gozaron de una buena posición económica, pero Manuel
como era “criollo”, no podía participar de cargos en el cabildo. Por esas
circunstancias Manuel Padilla se sumó a la resistencia y encabezó a los indios
Chayanta. Juró servir a la causa americana y vengar a los patriotas fusilados en el levantamiento
de La Paz.
Manuel Padilla se unió a Martín Miguel de Güemes
y fueron la pesadilla del ejército
realista. Doña Juana quiso acompañarlos pero estaba prohibida la presencia de
mujeres en el ejército.
Hacia 1813 los revolucionarios
ocuparon Potosí y Padilla fue el encargado de organizar el ejército, tarea a la
cual se sumó, ahora sí, Juana. Su ejemplo hizo que muchas mujeres se sumaran a
la idea de independizarse de los españoles. “En poco tiempo, el prestigio de
Juana Azurduy se incrementó a límites casi míticos: los soldados de Padilla
veían en ella la conjunción de una madre y esposa ejemplar con la valerosa
luchadora; los indígenas prácticamente la convirtieron en objeto de culto, como
una presencia vívida de la propia Pachamama”.
Juana Azurduy siempre demostró un
hondo sentimiento maternal y se preocupaba de que sus hijos crecieran sanos y
fuertes, convencida de que una de sus misiones principales era evitar que les
sucediese lo que ella tuvo que sufrir cuando sus padres desaparecieron
demasiado prematuramente.
Sabedora de que la hora de
combatir le llegaría tarde o temprano, porque su deseo así lo auguraba, Juana
ordenaba a sus ayudantes que le fabricaran muñecos de paja con los que luego
ella se ensañaba, atacándolos con alguna espada que su esposo había abandonado
por mellada e inservible. O los atravesaba con una lanza de larga vara que
aprendió a sujetar con fuerza en su sobaco, taloneando su cabalgadura como su
padre le había enseñado
También
aprendió a lanzar las boleadoras con bastante eficacia y las cabras debieron
habituarse a derrumbarse cada dos por tres con sus patas arremolinadas por
tiradas cada vez más certeras. La que hasta no hacía mucho fuese una dama chuquisaqueña
se enorgullecía ahora porque su brazo se endurecía y la espada parecía pesar
cada vez menos, desbaratando ejércitos de muñecos que caían abatidos
desparramando briznas de quinua en el aire.
El hecho de que fuera mujer, y
tal estirpe de mujer, decidía a muchos hombres a unirse a la lucha y, lo que
era más remarcable, también lo hacían no pocas mujeres, anticipando lo que
sería aquel formidable cuerpo de amazonas que debería ocupar mejor lugar en
nuestra Historia.
En campaña solía llevar un
pantalón blanco de corte mameluco, chaquetilla escarlata o azul, adornada con
franjas doradas y una gorra militar con pluma azul y blanca, los colores de la
bandera del general Belgrano, quien le había obsequiado su espada favorita en
cierta ocasión en que presenció su bizarría y arrojo, prenda que lucía con gran
estima.
En el mes de marzo de 1814. Padilla y Azurduy
vencieron a los realistas en Tarvita y Pomabamba. Pezuela, el jefe del ejército
español, puso todo su batallón a perseguir a la pareja de caudillos. Las tropas
revolucionarias debieron dividirse: Padilla se encaminó hacia La Laguna y Juana se internó
en una zona de pantanos con sus cuatro hijos pequeños. Allí se enfermaron cada
uno de ellos, y murieron Manuel y Mariano. De vuelta en el refugio del valle
murieron Juliana y Mercedes, las dos hijas, de fiebre palúdica y disentería.
Dicen los biógrafos que comienza aquí la guerra brutal contra los realistas.
Está nuevamente embarazada cuando combate el 2 de
agosto de 1814 junto a Padilla y su tropa, en el cerro de Carretas. Sufre ya
los dolores de parto cuando escucha las pisadas de la caballería realista
entrando en Pitantora. Luisa Padilla, la última hija de los amantes guerreros,
nace junto al Río Grande y experimenta ahora en brazos de su madre los ardores
de la vida revolucionaria .
Un grupo de suboficiales quisieron arrebatarle la caja
con el tesoro de sesenta mil duros, el botín de guerra con el que contaban para
su supervivencia las tropas revolucionarias, y que custodiaba con celoso
fervor. Juana se alzó frente a ellos con su hija en brazos y la espada
obsequiada por el General Belgrano. Feroz y decidida, montó a caballo con la
pequeña Luisa y, juntas, se zambulleron en el río logrando llegar con vida a la
otra orilla. La recién nacida quedó a cargo de Anastasia Mamani, una india que
la cuidó durante el resto de los años en que su madre continuó luchando por la
independencia americana.
En 1816 Juana y su esposo, quienes tenían bajo sus
órdenes seis mil indios, sitiaron por segunda vez la ciudad de Chuquisaca. Los
realistas lograron poner fin al cerco, y en Tinteros, Manuel Ascencio Padilla
encontró la muerte. Manuel Belgrano, en un hecho inédito, envió una carta donde
la nombraba Teniente Coronel.
Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin recursos, acosada por el
enemigo, perdió toda colaboración de los porteños. Decidió dirigirse a Salta a
combatir junto a las tropas de Güemes, con quien estuvo tres años hasta ser
sorprendida por la muerte de éste, en 1821. Decidió regresar junto a su hija de
6 años, pero recién en 1825 logró que el gobierno le dé cuatro mulas y cinco
pesos para poder regresar. Ese mismo año se declaró la independencia de Bolivia
y el mariscal Sucre fue nombrado presidente vitalicio. Este le otorgó una
pensión, que le fue quitada en 1857 bajo el gobierno de José María Linares.
Uno de los pocos momentos de felicidad fue aquel en
que sorpresivamente Simón Bolívar, acompañado de Sucre, el caudillo Lanza y
otros, se presentó en su humilde vivienda para expresarle su reconocimiento y
homenajeó a tan gran luchadora. El general venezolano la colmó de elogios en
presencia de los demás, y dícese que le manifestó que la nueva república no
debería llevar su propio apellido sino el de Padilla, y le concedió una pensión
mensual de 60 pesos que luego Sucre aumentó a cien, respondiendo a la solicitud
de la caudilla,
pensión, que apenas le alcanzaba para comer.
La
alcoba donde murió se encontraba en la casa número 218 de la calle España, en
la ciudad de La Paz, Bolivia, en el patio interior que parece el corralón de
algún antiguo tambo, donde viajeros y trajinantes alquilaban una pieza para
pasar la noche.
El cuarto era pequeño y miserable,
tenía un ventanuco al oriente y la puerta al norte. Adentro había una
escalerilla de adobe para alcanzar la abertura, las paredes estaban
blanqueadas y el techo con recias vigas y cañas trenzadas, rumorosas de
vinchucas.
En un lecho humilde con colchones
que los indios llaman "ppullus", expiraba doña Juana. Además había en
la alcoba una vajilla de barro, en las paredes algunas imágenes, un arca
pequeña con papeles y otro catre para Indalecio, un niño harapiento, único
testigo del último suspiro de la Teniente Coronela.
Murió, como no podía ser de otra
manera, un 25 de mayo de 1862. (Revolución de
Chuquisaca
25 de mayo de 1809 )
Sus restos fueron exhumados 100
años después, para ser guardados en un mausoleo que se construyó en su
homenaje.
Referencias:
Historia de Bolivia -De Jose Mesa,
Teresa Gisbert de Mesa ,Carlos De Mesa - Quinta Edición-Editorial Gisbert La
Paz 2006 Wipedia; Enciclopedia libre
Internet.
Helena Benenati Solsona - 2012