miércoles, 30 de septiembre de 2020

 

¡Me quedé con ganas de comerlo!

 

Dormía mi hermana Claudia con su cama pegada a la mía y su brazo de alguna manera había quedado apoyado cerca de mi rostro.

 

En mis sueños yo estaba fascinada y a punto de comerme un sándwich de mortadela, aquellos que eran de mi debilidad y que hasta en los sueños veía. En el momento justo de morder mi sándwich y hasta poder sentir su sabor, me despertó abruptamente el grito inesperado de Claudia, que estaba viendo que su mano sería devorada tan decididamente por mis fauces.

 

Fue un despertar que nunca olvidaremos.

 

                                                                       Alejandra Putalivo  -  2020

martes, 29 de septiembre de 2020

 

            EL DESIERTO DE ATACAMA


Era una noche de cielo limpísimo,

las estrellas lucían como puntos brillantes

que se agolpaban en el cielo,

como puñados de diamantes.

 

¡Mágico cielo! Negro profundo, tan oscuro

que esos infinitos puntos parecían más cercanos,

como al alcance de la mano,

solo comparables a las noches

en casa de mis abuelos

cuando éramos pequeños

y podíamos tocar las estrellas con las manos…

 

Quería salirme de mí 

para alcanzarlos, tocarlos

y abrazar ese universo

que en ese momento lo era todo,

no deseaba nada más

que ese instante no terminara nunca…

 

Mi corazón latía fuerte,

como un tambor,

suave, pero que quería acallar

para perderme en el silencio

de esa inmensidad,

que a la vez ¡Gritaba de belleza!

 

 

Patricia - 2020

lunes, 28 de septiembre de 2020

 

La llamarada

 

La tarde se presentaba silenciosa, la constante cantinela de la mente parecía haberse desvanecido en el calor de aquella tarde de verano. El corazón era en ese momento quien guiaba, y por ello la mente solo estaba ahí, observando, acompañando, segura de que estaba ocurriendo algo que no comprendía.

 

Hanna se puso la falda de color azul y la blusa blanca que la hacían sentir tan cómoda. Todo ocurría como en cámara lenta. Con pasos seguros se dirigió a la cita a la hora y lugar acordados.

 

El corazón latía con fuerza, como un tambor de viejos recuerdos, quizás de otras vidas, que marcaba el ritmo de los acontecimientos.

 

Llegó al lugar indicado y se encontró con siete mujeres, ninguna de le ellas era ajena, aunque nunca las había visto. Vio sus ojos brillantes y la sonrisa amable y sintió paz. Los ojos se le llenaron de estrellas, reflejando el fuego que se encendía en su corazón.

 

Las mujeres estaban en una habitación en la que había solo una mesa de madera redonda y ocho sillas, configurando el mandala que encendería el quinqué del alma. Ya estaban todas las invitadas y cerraron la puerta. Hanna y dos de ellas se quedaron paradas. Las otras cinco tomaron asiento, atentamente y siempre sonriendo.

 

Una de las mujeres, la que parecía liderar la reunión le dio un libro, abierto en una página y le indicó que leyera un párrafo en voz alta… Respiró profundo y leyó esas palabras; el silencio se hizo presente y la certeza se instaló en su alma.

 

Todo estaba por descubrirse, el inicio de un largo camino estaba marcado por este primer paso. El abrazo del alma se instaló y la acompañó durante toda su vida junto a esa sensación de haber encontrado su lugar en el mundo.

 

Era parte ahora de ese grupo de almas, se sentó a compartir un instante de su basta existencia.

 

Cada semana a partir de ese día tendría ese lugar ocupado en su agenda. La intensidad del momento la acompañaría siempre, como una luz que la guiaría en momentos de tanta oscuridad que pasaría.

 

Ariadna - 2020

 

 

sábado, 26 de septiembre de 2020

 No juzgues un libro por las verdades que se dicen de él, sino por el eco que tus ideas perciben en sus palabras.

                                                                                                            ami 

viernes, 25 de septiembre de 2020

 

 

VIVIENDO

 

Vivir: tan simple y tan complejo…

Vivo aceptando la realidad

de mi existencia,

tan cierta, tan real

y tan humana….

 

                              Nélida –2012

 

jueves, 24 de septiembre de 2020

 

El día que el hombre llegó a la Luna

-Hijo, ¿Qué te gustaría ser cuando seas grande?

-Astronauta.

-¡Uh! ¡Yo quería lo mismo cuando tenía tu edad! En aquel entonces soñaba con cohetes, con los planetas, con el espacio...y ¡Con la luna! Mi amigo, Veljko, siempre me hablaba del cosmos y del sistema planetario. Me hacía dibujos para que yo, con mis casi cuatro años, pudiera entender.

-¿Quién era Veljko, Papi?_

-Fue el abuelito que nunca tuve...porque nunca conocí a los verdaderos, nunca salieron de Rumania,  solo me conocieron por fotos. Mis padres eran inmigrantes que escaparon de la guerra, se separaron de sus respectivas familias y nunca se volvieron a reunir.

-Después de muchos años de penurias económicas, compraron en restaurante aquí, en Mendoza. Trabajaban casi 18 horas por día. Mi madre se ocupaba de la cocina y mi padre atendía a los comensales. El número de clientes fue aumentando, por tanto Don Juan, mi padre, decidió contratar a Veljko, para que lo ayudara en el salón. Él también escapó de la guerra, dejó a sus padres y hermanos en Yugoeslavia, no sé si los volvió a ver. Era veinte años mayor que mi padre, pisaba los setenta. Recuerdo su abundante cabellera cana, sus ojitos celestes de mirada triste y su sonrisa, que siempre portaba. Llegaba a las 6 de tarde, con puntualidad, justo cuando yo me preparaba para tomar mi leche con cacao. Se sentaba frente a mí y me hacía compañía en el enorme y vacío salón. A esa hora, Don juan, mi padre, y Natalia, mi madre, tomaban su imprescindible siesta. Siempre estaban cansados por tanto trabajo. No había tiempo para mí, ni para escuchar mis fantasías astronómicas. Mientras me revolvía los cabellos, a pesar de mi contrariedad, llenaba ese vacío de atención y afecto. Y me dedicaba largos y entrañables momentos con su cálida presencia.

-Así comenzó nuestra relación de abuelo y nieto “de mentirita”...o ¿De verdad? Tenía una vida muy solitaria. No tenía hijos, y dos años atrás había fallecido su compañera de vida. A pesar de su aspecto humilde, era un hombre culto, había sido profesor de geografía en su país. Sabía de todo y aprendí muchas cosas con él.

-¡Ah!..¡Por eso estudiaste geografía!

-Es probable.

-Teníamos largas charlas sobre mis temas favoritos. Hasta que llegaba “Don Juan”, como le decía Veljko. Y le reclamaba que todavía no estaba lista la “mise en place”.

Nela Bodoc - 2020

miércoles, 23 de septiembre de 2020

 

El Gnomo

Don Enrique tenía un rincón mágico, todo lo que llegaba roto, salía de allí restaurado y funcionando.

 

Y cuando digo todo es todo lo que se pueda uno imaginar, desde una rueda de un autito de juguete, el brazo de una muñeca, el asa de una olla, una silla o mesa, hasta el manubrio de una bicicleta.

 

Cuando se encerraba en su taller se podía oír desde afuera una vieja radio, o su bella voz de tenor lírico, sin mucha técnica vocal y mucho amor al arte, cantando algún bolero, el Barbero de Sevilla o tararear alguna melodía perdida en el tiempo, con la misma pasión.

 

Los golpes de martillo y el sonido estrepitoso de los tornillos, tuercas y clavos cayendo sobre la mesa de chapa, parecían acompasarse a la melodía que entonaba.

 

Contaba siempre con la compañía de alguno de sus nietos, al que le encomendaba la tarea de juntar y clasificar en tarritos esas mismas tuercas y tornillos que desparramaba una y otra vez en una misma tarde , buscando algo que nunca encontraba, así es que a lo largo de los años eran siempre los mismos. La finalidad de esta tarea era solo entretener a los pequeños mientras arreglaba algún juguete y disfrutaba de su presencia.

 

En reiteradas ocasiones se hacía un silencio, y luego se podía escuchar a don Enrique rezongar por la pérdida de alguna herramienta, salía del taller dialogando con alguien invisible al que le prometía dejarlo ir cuando devolviese lo que no le pertenecía, mientras sacaba de la alacena un vaso y lo colocaba boca abajo sobre la mesa de la cocina.

 

Volvía al taller murmurando “No es gracioso”. Allí quedaba el vaso boca abajo una hora, medio día o día completo. Hasta que, repentinamente, salía sonriendo con la herramienta perdida en la mano, e iba, daba vuelta el vaso con mucho cariño y cuidado y decía en voz alta y segura “Ya te podés ir”.

 

Ese era un ritual cotidiano y mágico.

 

Pasaron los años y don Enrique murió, cinco años tardó su familia en tomar la decisión de desarmar el taller, cuando ya casi la tarea estaba terminada, quedando solo algunos frasquitos en la mesa de trabajo y algunos que otros trastos , estaba allí uno de sus nietos juntando cosas, cuando sintió detrás de él un crujido acompasado, un ir y venir, como si se meciera algo en el techo, se dio vuelta sigiloso, con un poco de recelo y ahí estaba, sentado sobre una vieja canasta de mimbre que colgaba del techo, balaceándose de un lado a otro, con una sonrisa burlona dibujada en su huesuda cara y unas tuerquitas en la mano, e hizo unas piruetas y desapareció. Era el pequeño gnomo que le escondía las herramientas a don Enrique.

 

Desde ese momento, cada vez que se pierde algo, ya saben a quién atribuirle la travesura.

 

Sella-2020

martes, 22 de septiembre de 2020

 

La Gracia es…

Agradecer a Dios.

Un plato de sana comida, que no se enfríe enseguida.

Ver el horizonte sin puerta ni ventana mediante.

Dormir en un lecho cómodo, bajo techo.

La libertad de aguardar con serenidad.

El buen destino de haber accedido a libros.

La simplicidad de amar la libertad más que la comodidad.

Los ojos que pueden ver, contar colorear, crear.

Tener mis propios espacios donde deambular y no quedar atrapada en un pequeño lugar.

Ver la bondad de Dios que se expresa en la amistad.

El descanso para un corazón y una mente tranquilas.

Saber escuchar los sonidos del alma, de la naturaleza y del cosmos.

Vivir buscando a Dios por la eternidad.

                                                                                  Ema Fagale

lunes, 21 de septiembre de 2020

                                                       Día del Amigo

              Esperando que llegues, mi amiga,

              ya deshice el pan

             lo estrujé entre los dedos,

             lo deshice en migas

 

             Ya no puedo recordar cuándo

             nos conocimos

            Ni qué hicimos

            Ya no puedo contar las veces

            que nos despedimos.

            Los abrazos, amiga, sinceros, a veces

            con prisa, con llanto, con risas

            a veces.

 

          ¿Dónde estás ahora?

          Amiga del alma, tan querida.

          Recuerdo: nos miramos desde

          el fondo del tiempo…

          Nos reconocimos

          sin preguntar por la otra

          que ya estaba allí.

 

         ¿Qué pasó que no llegas?

          Yo te espero mi amiga.

 

                                                       Clara Molina -2020

viernes, 18 de septiembre de 2020

 

La matriarca

 

Estábamos dentro de la casa en Luján de Cuyo, afuera hacía frío, y en el amplio patio se encontraban Blaky, Cachorra, Cachorrita, tres grandes perras que eran abuela, madre e hija. La mayor dormitaba aprovechando los débiles rayos de sol de Junio mientras las menores competían por el espacio en la cucha con forma de casita. De pronto las dos jóvenes salieron como impelidas por una fuerza imperiosa hacia el cierre perimetral de malla olímpica, ladrando furiosamente pues un pequeño cuis, llamado en la zona conejito del cerco, se había atrevido a traspasar el límite, quizás tentado por el pasto del jardín o el resto de   alimento que las perras dejaban caer accidentalmente en la zona donde eran dueñas y señoras.

 

Ante el amenazante ataque el pequeño conejillo logró refugiarse en una pila de leña cortada en pequeños trozos destinados a la estufa, mientras las perras ladraban furiosamente sin poder alcanzarlo. Blaky, la matriarca, se dirigió hacia el tumulto sumando sus ladridos a los ya existentes, mientras las otras trataban de hacer caer los tronquitos para alcanzar su presa.

 

No pasó mucho tiempo hasta que eso sucediera, y el pequeño roedor en lugar de huir hacia el cerco que él podría atravesar y no así los canes, corrió hacia el interior del jardín, seguido por un tumulto de patas y ladridos furiosos.

 

Adentro de la casa mirábamos la escena impotentes, los niños desesperados por lo que veíamos y yo, la única adulta, sin saber qué hacer, pues no podía precisar dónde se encontraba el conejito.

 

De pronto el escenario cambió, Blaky irguió su cuerpo y elevó su cabeza por encima de las otras perras, y con paso triunfante mostró su trofeo: de sus dientes pendía el frágil cuis. Las otras perras le seguían unos centímetros detrás aun ladrando con bravura. Los niños lloraban angustiados, pues todo hacía parecer que con una aspiración podría tragarlo.

 

Así llegó hasta el cierre perimetral, bajó su cabeza y colocó a la frágil víctima entre sus patas delanteras, protegiéndolo de los embates de las jóvenes y permitiéndole que el asustado roedor saliera fuera de la propiedad y del alcance de sus guardianas.

 

Los animales también tienen algo para enseñarnos.

 

        

jueves, 17 de septiembre de 2020

 

 

 

Maestra, dicen que la sociedad está en crisis, que la Humanidad está sufriendo…

Sí, Alma, es cierto, la Humanidad está sufriendo por este vendaval que la azota. Cuando los frutos del ciruelo están maduros y se aferran porfiadamente a su rama, es necesario un fuerte viento para que se suelten.  A esto las ciruelas le llaman una crisis irreparable, porque ya nada volverá a ser como era, como ellas creían ser. Y aquellas ciruelas pasadas de maduración, aferradas a sus ramas, son desprendidas, y ya no están aptas para el consumo. Más si se hubieran soltado a tiempo, ya habrían liberado su simiente.

Iris Nelly

miércoles, 16 de septiembre de 2020

 

La Lechera

 

Ella aparecía en las tardes. Era ya viejita, o por lo menos yo la veía así con mis 9 años. La carretela era, seguro, más vieja que ella. Llevaba la leche en unos botes de vidrio acomodados en cajones.

 

Nos dejaba la leche y nos permitía subir a su carreta -Nos vamos con la tía Petrona -era el aviso a modo de permiso que le gritaba a mi madre. Allí subía con mi amigo, el Santo, y le ayudábamos a terminar con el reparto de leche en el barrio. Qué placer era mirar todo desde arriba. Conducir el carro tirado por ese caballo que no entendía nuestras órdenes, pues él ya sabía por dónde tenía que ir y adónde tenía que parar.

 

Nuestra discusión era a quien le tocaba manejar y quien se bajaba a dejar la leche. El viaje duraba una hora. Luego del reparto en el Pueblo Soto seguíamos hasta el canal Cerrito. Ahí la tía volvía para su casa, por la Rawson hacia el norte, que en ese entonces era una huella de piedras.

 

Pasábamos El Salto y unos trescientos metros más allá nos bajábamos. –Acá se termina el viaje- nos decía la tía Petrona- me pagan y se vuelven. La paga era un beso que ella agradecía con el brillo de sus ojos.

 

Siempre nos bajábamos  en el mismo lugar y desde allí caminábamos de vuelta hasta la casa, silbando y  tirando piedras. En esos momentos nos sentíamos los niños más afortunados, mirábamos el sol que ya comenzaba a perderse por el oeste atrás de las montañas y apurábamos el paso. Habíamos cumplido nuestra jornada laboral y llegábamos a la casa reclamando una taza de yerbeado con pan y dulce.

 

¡Cuántas veces hice ese viaje! No recuerdo muy bien, fueron muchas. Hasta ayer, que hice el mismo recorrido, me bajé en el mismo lugar de siempre. Cuando quise volver estaba solo, mi amigo ya no estaba, la calle ya no era de piedras. Me tuve que correr porque venían autos muy apurados. Ya atardecía. Cuando levanté la vista hacia el Oeste para ver el sol descubrí  varias casas que tapan un poco el atardecer. Me llevé la mano al rostro y descubrí algo de barba.

 

Me detuve, observé nuevamente. Una de las casas que no me permitían ver bien el sol, era la mía.

 

¡Cómo llegué aquí! ¡Cuándo dejé de ser niño! ¡Por qué elegí este lugar para hacer mi casa!

 

Siento el ruido de las ruedas de la carreta y el trote cansino del caballo sobre la calle de piedra. Yo me bajo aquí tía - hasta aquí era mi viaje.

 

 Tatalo - 2020

 

martes, 15 de septiembre de 2020

 

  

SIENTO ASÍ

 

Cómo encerrar lo fugaz

del correr del viento.

Cómo se puede alcanzar

si ni siquiera soy capaz

de encontrar el sentimiento.

 

Cómo atrapar el tiempo

que pasa y pasa sin cesar,

si no consigo medirlo

y no puedo dejar de pensar

en mi sentimiento y compartirlo.

 

Cómo cautivar el sonido

de la música o de un trino,

si en el pentagrama no está escrito

y el pájaro ya se ha ido,

sólo queda la soledad conmigo.

 

No puedo encerrar el viento.

No puedo atrapar el tiempo.

No puedo cautivar el sonido.

Pero sí puedo volar con mi pensamiento

y sentir mis sentimientos

anclados en mi destino.

 

Lidia Gastaldi

 

 


 

 

lunes, 14 de septiembre de 2020

 

Amiga…

En los espacios más dispares nos fuimos reencontrando.

En la nave espacial que piloteábamos en el árbol, tardes eternas llenas de espacios siderales.

En la oscura habitación en la que nos buscábamos, riendo y soñando en el laberinto en el que nos dejábamos arrastrar sin ninguna prisa por encontrar la salida.

En la expedición dominguera hacia el cerro más alto, a la que nos disponíamos con una canasta llena de manjares e ilusiones de conexión con nuestras más profundas certezas.

En la tibieza de las lágrimas caídas, generadas por el dolor que nos producían las desilusiones de los primeros amores.

En el humo juguetón de traspasar los límites de lo permitido, para sumergirnos en las infinitas aguas del mundo adulto.

En las escapadas hacia el encuentro de quienes éramos, sintiendo la complicidad de estar yendo hacia el desierto dulce de lo desconocido.

En las lunas vestidas de falda, refugio seguro del alma, en la que las cartas se hacían presentes convocando la mística conciencia de algo que nos trasciende y nos conecta más allá de toda lógica.

En el sol que enciende nuestro espíritu y nos guía desde su centro dándonos dirección para descalzarnos seguras en el pasto suave de lo eterno.

En la enseñanza compartida aprendiendo y enseñando, todo junto y alternado, alentándonos a seguir andando, siempre seguras de que habrá una mano, una sonrisa, un abrazo, un consejo, una flor, un color.

En la confianza plena de que la dantesca danza de la vida es más re confortable cuando estamos juntas.

Ariadna - 2020

viernes, 11 de septiembre de 2020

                            


                                                 Dulce de leche cortada

 

…Y mientras iba caminando por la vida me topé con un ángel que me convidó dulce de leche cortada.

 

A poquito más de mi media vida ha sido el dulce más delicioso que ha probado mi paladar, tanto que llegó endulzar mi espíritu. 

 

De un ángel bello y delicado.

 

Ya mi vida era dulce, pero les juro mis queridos amigos, que este ha sido el dulce perfecto, el dulce que no empalaga.

 

Ha sido  probar la miel pura del panal celestial.  Jamás olvidaré sus ojos y su sonrisa mientras pedía permiso a su mamá. Luego, entre saltitos y sonrisas,  consiguió una vasijita desgastada y una cuchara, con sus manos de niña de siete años  y su pequeña estatura hacían que estuviera en puntas de pie frente a una mesa queriendo servirme un pedacito de aquel delicioso dulce que ella, emocionada, compartía.

 

Agradecida tomé de sus manitas la vasija con el dulce angelical y continué mi camino.

 

Partí de su lado con el rostro de un enamorado.

 

¡Qué decir del resto del día sí caminaba entre las nubes!

 

La gente me observaba y sonreía, seguramente al mirarme también probaban ese rico dulce de leche porque, de seguro, por donde caminaba iba dejando el perfume a vainilla y limón.

 

Pero aún más mágico fue qué, volviendo por la misma huella, en un saltito volvió, me sonrió y me comentó: “Hoy estoy feliz pues voy a ver la nieve y la voy a ver con vos, en la nueva casa”.

 

Creo que Tu amor, Divina Madre, está en esas manifestaciones sencillas y chiquititas como ganchos que me sostienen a la vida, que me hacen reconocerla en la plenitud y simplicidad de un compartir.

 

                                                                                                        Luisa Rodríguez 

jueves, 10 de septiembre de 2020

 

Génesis

Germen de conciencia, manifiesto solemne.

Preguntas sin respuestas se imponen y gobiernan.

Cuentan cuántos pasan solos, reptando…

En un planeta inhóspito sumidos en vida latente;

entran, salen y habitan.

El Om suena el unísono, el caos reina,

solo para aquellos que en preguntas se ahogan.

Sobreviven algunos, más fuertes, más aptos.

Y caminan en fila india, persiguiendo la quimera.

Uno tras otro, y cuentan, se agrupan y brillan.

En lo alto del firmamento el Gran Astro los mira,

los aviva, los duerme…

Y la gran ofrenda se manifiesta en los azules y los verdes,

los amarillos y los magenta.

Ya moran tranquilos, la sangre fluye con fuerza.

El milagro de a pares materializa la esencia.

La fuerza agresiva grita, se impone, gobierna.

Se alzan con mirada altiva, a paso seguro avanzan…

Su pequeñez pernocta en un improvisado vientre de paja.

Formando mandalas que danzan…

Uno tras otro caminan erguidos, brillantes,

sin tiempo, hacia la eternidad…

 

Sella

miércoles, 9 de septiembre de 2020

 

Mi barrio

 

En un lugar no tan lejano, sobre una calle transitada, yace un sencillo barrio. Está escondido tras una cortina de árboles altos que sirven de muralla al sonido, y cuenta con tres posibles accesos. Al adentrarse en él, se deja atrás el pavimento y se transitan escabrosas calles de tierra que hacen que los vehículos se sacudan haciendo ruido que resuena por todo el barrio.

 

Una vez dentro, la naturaleza se las ingenia para mezclarse con las casas, y las casas para mezclarse con la naturaleza, las que complementan el paisaje con su variedad de colores, formas, estilos, tamaños y diversos jardines. Cada tanto aparecen casas nuevas disminuyendo los descampados, donde crecen jarillas y otras plantas locales, y aumentando la cantidad de niños jugando en las calles.

 

En los días de verano, durante el día, se escucha el trinar de los diferentes pájaros que frecuentan las copas de los árboles y durante la noche, cuando refresca, se oye el sonido de las pocas cigarras que no se han ido. En los días de lluvia, el frío invade el paisaje y lo hace llorar esparciendo el aroma a tierra mojada.

 

El barrio tiene reservado un pedacito de cielo que en las noches despejadas saca a relucir su colección de brillantes estrellas para que todos las veamos. Y cuando las nubes no lo cubren, se pueden apreciar las montañas, alzándose a lo lejos, que parecen rodearnos y decir cálidamente: “Estás en casa”.

 

Carolina Solsona -2020

 

martes, 8 de septiembre de 2020

 

VIENDOME

 

 

Cual voces de una realidad extraña,

llegan a mí murmullos

de otra vida, externa,

esa otra realidad que me circunda,

que a veces me arrastra y me ahoga,

sin que pueda moverme ni sentirme.

 

Me hallo presa en este laberinto,

enfrentándome a mí misma,

sin puertas, sin ventanas, sin salida,                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                

sin poder escapar de esta verdad

que me oprime el corazón

y me nubla la mente.

No veo más allá de mi existencia.

 

Mi búsqueda se orienta

hacia un camino claro.

Meta incuestionable de mi alma

que vibra en sintonía con el Cosmos.

Así surge en mi interior una pregunta:

¿Qué sentido tiene la vida? O mejor

¿Cuál es el sentido de MI vida?

 

Es buscando en mi interior donde podré

encontrar la respuesta más sincera,

que abarque la totalidad

donde se expresa

mi espíritu,  que sigue libremente

con su anhelo de abrirse

incluyendo todo.

 

NELIDA - 2012

 

 

lunes, 7 de septiembre de 2020

 


IDEAS SUELTAS


-Podré huir toda mi vida de mí misma, pero algún día el espejo me devolverá mi verdadera imagen y, aunque sea por un instante, no podré desconocerla.


-Cuando considero que los demás desaprovechan la genialidad de mis ideas es que estoy encerrado en mi ego.


-No siempre puedo comprender a otro en su dolor, generalmente el mío es más importante.


-Solo mi mente hace la diferencia entre la felicidad y la infelicidad.


-La persona que pide una opinión generalmente ya tiene un juicio formado sobre el tema y espera que se lo confirmen.

viernes, 4 de septiembre de 2020

                                                                                    

                                                                                 AHEHIA

 

Señora mía…

Agradecida me encuentro por esta naturaleza que me inunda el pecho y me inclina a reverenciarte.

Señora mía…

Agradecida me encuentro por la Fe que me acuna, y me viste en esta noche estrellada, y en todas las noches.

Señora mía…

Agradecida me encuentro por el dolor y el amor, ahí donde yace Tu rostro, el sacrificio y la vida…

Señora mía…

Eres Tú Naturaleza, noche y día, sol y estrellas, dolores y amores: VIDA.

Pues bien, Señora mía, eres Tú la que ardes en mi corazón.

En Tus llamas mi cuerpo se desmaterializa.

Y en Tu morada descanso agradecida.

                                                                                                                                           Laura Villegas Sosa

jueves, 3 de septiembre de 2020

 

Fueron leyenda

Hace muchos años, en un pueblo, se encontraba una mujer muy pobre que tenía dos perros por única compañía.

Todas las mañanas salía con ellos  a recorrer los lugares  más apropiados para conseguir alimentos. Esos lugares eran los tachos de basura, que por aquellos lados, eran tan grandes como los contenedores que se utilizan hoy en día en las construcciones para retirar escombros.

Allí encontraban cosas insólitas: desde caramelos, hilos, peines, hombreras, lentes, juguetes y velas, hasta animales vivos que se refugiaban para pasar la noche. Eran comunes una suerte de conejitos que nadie sabía cómo se llamaban, por lo que ella los bautizó como “del cerco” pues cuando salían a comer recorrían todos los cercos de las casas.

La mujer no solo buscaba comida sino también ropa y juguetes para los niños. Ella misma los arreglaba y los repartía a los más pobres. Cuenta la leyenda que cuando se puso enferma y tenía que quedarse en su casa, los dos fieles amigos salían a hacer el trabajo que ella les  había enseñado: buscaban prendas de vestir y alimentos y los transportaban con sus bocas a la vivienda donde ella los esperaba para remendar y preparar los regalos de los niños pobres.

Estos perros eran tan conocidos por los habitantes del pueblo que todos los querían. Iban a todas las fiestas, a la iglesia, a participar de los casamientos, a los velorios, y también al cementerio a acompañar a algún amigo fallecido.

En la plaza principal les hicieron un monumento a esos dos perros por su fidelidad de buenos amigos.

 

Janet - 2013

  Reflexiones                                                                                                           CAMINO       ESPIRIT...