Historias
LA GALLINA
ANACLETA
Nació en el invierno del año 1968.
Primeramente semi-empollada por su madre gallina. En un
gallinero casero de gallinas ponedoras en el campo de Don Vila en el Carrizal,
Mendoza, Argentina (hoy cubierto por las aguas del Dique El Carrizal).
Dicho campo era alquilado para la cría de ganando por el
padre de la familia Persia, quienes residían en Godoy Cruz en ese momento y
estaba constituida por cuatro hijos con edades de 2, 5, 7 años las niñas y 9 el
mayor y único varón.
La familia viajaba los fines de semana y el encargado, Don
Vila, nacido en el lugar, era quien criaba las gallinas para su propio consumo.
Esas incursiones al campo eran una fiesta para nosotros; no faltaban los asados
en una parrilla improvisada sobre el piso de tierra apisonada, las sopas de
tortuga en ollones grandes que apreciaban solo los lugareños.
Aprender a montar a caballo o al menos intentarlo y también
en los terneros más pequeños, privilegio del que podían disfrutar sólo los
hijos del encargado del lugar y el hijo varón de la familia mostrando su
destreza y coraje, aunque no sin porrazos de por medio. La hija mayor siempre
lo intentaba, y aunque la madera estaba, siempre terminaba en amagues y
limitándose a observar lo fuerte y corajudo que era su hermano más grande.
No faltaban los tábanos, muy molestos, cerca de los charcos
que se formaban alrededor de los corrales donde el mayor atractivo era la
cantidad enorme de sapitos recién nacidos, que los niños disfrutaban juntándolos
de a puñados y guardándolos, a escondidas de sus padres, en los bolsillos
amplios de sus jardineras de jean, donde era difícil retenerlos ya que saltaban
para escaparse y se perdían por el camino, de modo que al llegar al auto para
emprender la vuelta a casa ya no quedaba ninguno.
¡Pero ese día en particular la picardía del niño les trajo
una de las sorpresas más hermosas! En el viaje de vuelta a casa, cuando un
huevito semi-empollado se encontraba ésta vez en el bolsillo del pantalón de
jean del niño mayor, y que ya piaba, como pidiendo auxilio… Gracias a lo cual
la familia advirtió su existencia, pero no se explicaban de dónde provenía ese
sonido, mucho menos de un bolsillo, mientras el niño dormía profundamente
exhausto por todo lo vivido durante el día. Momento en que no faltó el reto de
la madre que lo despertó y lo obligó a dárselo para ponerlo a salvo.
Durante el resto del viaje no faltaron conjeturas de si
nacería, de si debía permanecer en el bolsillo del niño que con su calor lo
mantenía vivo pero también corría el riesgo de ser aplastado. Por lo que
prosiguió el viaje en la gaveta del auto, y a disgusto de los niños que
confiaban más en que había que mantener el calorcito y soñaban en que llegara
vivo para verlo nacer, aunque dudaran mucho que pudiera llegar a término.
Ya en la casa rápidamente se tomaron medidas para que
terminara de empollar: se lo colocó con mucho cuidado en una cajita de cartón
rellena de algodón y ésta sobre la cocina cerca de dos hornallas encendidas que
se mantuvieron así para proveerle calor, ante la observación fascinada de los
tres pequeños que veían cómo el huevo se iba a grietando y los padres
descreídos aún de que el nacimiento tuviera éxito por las horas que había
pasado lejos del calor de su madre.
Transcurrido un rato y con las miradas aún clavadas en él
huevo se escuchaba aún el piar del pollito que estaba asomando. Los niños con
los ojos brillantes de la emoción, y ansiosos por que nada saliera mal, no
durmieron esa noche; horas durante las cuales el pollito al fin nació, rompió
su cascarón y salió, como todos: mojado y pelado. Donándoles una de las
experiencias más emocionantes de sus vidas.
Al día siguiente los tres niños iban al colegio y desde ese
día en lo único que pensaban era en volver a la casa para ver cómo estaba su
recién nacida mascota, cuyo nacimiento habían dichosamente presenciado y hasta
los padres se habían emocionado.
Los días pasaban y el pollito crecía. Eran días en que era
una constante que los niños, mientras estaban en la escuela, soñaban con volver
a su casa para verlo.
Bellos y alegres días soleados, y los plumones amarillos
brillantes que iban apareciendo, al calor de ese tibio sol sobre el patio de
baldosas rojas de la casa, como esperándolos para que admiraran su progreso. ¡Con
los días se convirtió en un pompón suave y hermoso!
El pollito creció y creció hasta convertirse en una gallina,
que hábilmente huía por todo el patio para no ser atrapada por los niños que
corrían detrás de ella. Por lo que se deduce que no habrá sido tan feliz como
los niños.
Se decidió que había que bautizarla (ponerle un nombre) el
cual pasó a ser “Anacleta” puesto al azar por los niños y que por cierto le
pegaba ese nombre, sonaba gracioso, como su aspecto, pero quién sabe por qué
justo ese les vino a la mente. Hoy recordando su historia y buscando
información sobre el origen del nombre supe que proviene del griego y que
significa el “invocado” o “solicitado” … si bien fue escogido con inocencia,
tiene sentido.
El tiempo transcurrió y un día Anacleta se perdió. Los mayores,
incluida la abuela de la casa, insistían en que se había perdido. Corría el año
1969.
Ese día, en la casa de campo de los abuelos maternos en
Potrerillos, se preparó cazuela de gallina…
No está registrada la fecha exacta de su muerte, pero años
después se descubrió por los testimonios de los adultos de la familia que ella
coincide con la de su misteriosa desaparición. Transcurridos unos años, cuando el
mayor de los hijos ya había alcanzado la edad de 15 años, los mayores
decidieron decirles la verdad a los niños de la familia.
Después de eso lo único que se recuerda es el llanto
desconsolado del joven y la explicación de la abuela diciendo que era la costumbre
que se matara a la gallina cuando se hacía grande, para comerla; que después de
eso no tenía otro destino.
De más está decir que tenían puntos de vista diferentes:
para unos, mascota, y para otros, comida, lo cual empeoró las cosas… Se concluye que la
pobre Anacleta nunca conoció a un ser de su misma especie.
Anacleta fue recordada por siempre entre las mascotas más
amadas por esos niños, hoy adultos (casi mayores).
Patricia
Persia - 2020