BIOGRAFIA DE DOLLY
Mi hermosa gata. Mi amada
gata. Y yo que la amaba tanto, la tuve que poner a dormir, un 21 de setiembre,
no recuerdo el año ni la hora.
La llevé en su
porta-casita a la veterinaria, con la esperanza de que la operaran, que se pudiera
hacer algo. Nada se podía hacer, salvo evitarle más sufrimiento. La había pisado
un vehículo.
Tres días antes, después
de haberla buscado infructuosamente, regresó no sé ni cómo, casi arrastrándose
hasta donde estaba su mamá humana. Ella, que era la pulcritud total, siempre limpia,
brillante, bien peinada, estaba ahí, en un costado de la vereda mirándome,
sucia, despeinada. La alcé, la llevé adentro, la coloqué en su camita. Se
levantó no sé ni cómo y fue hacia el arenero, ahí se quedó. No podía orinar, ni
beber, ni comer. Tal vez esperé demasiado, creyendo que se recuperaría solita.
Creo que han pasado dos
años, no puedo recordarlo. Pero está aquí en mi memoria, la sigo extrañando y
me sigo sintiendo culpable. Yo la saqué de su hábitat de diez años donde era
andariega, libre, hermosa. Lo hice porque no podía seguir viviendo en ese lugar,
no quería que ellos se fuesen muriendo y quedar un día sola ¿Me equivoqué? Tal
vez, no lo sé, ella pagó mi precio.
Hace algún tiempo, en los
años jóvenes, solía salir a caminar temprano por el Acceso Este, con una de mis
perras: Duna. Una de las tantas veces, al regresar a casa, pasando por el
kiosco de revistas y flores, la vi a ella. Era tan bella, chiquita, negra y
blanca. Con la puntita de la nariz negra en su carita casi blanca. Hacía unos
movimientos típicos en los gatos, de fregarse en forma cadenciosa, una y otra vez
en una de las puertas verdes del kiosco.
Amor a primera vista,
aunque soy una enamoradiza. No fue lástima como tantas veces que recogí
animales. Fue seducción. Pregunté de quien era, dijeron que de nadie, que había
aparecido ahí esa mañana y temían lo que pudiera pasar cuando vinieran los
numerosos perros de la zona. Me acerqué para acariciarla y aceptó encantada el
contacto de mis manos.
La alcé y no opuso la
menor resistencia. Se acurrucó seductora en mi pecho, mientras Duna observaba. La llevé directo a la
Veterinaria. Ese día había dos profesionales, la revisaron y se dejó hacer
cualquier cosa, pero en cuanto la soltaban venía hacia mí ¡Cómo no amarla! La desparasitaron,
la encontraron perfecta y confirmaron que era hembra. Compré el alimento y
partimos las tres. Ningún susto al caminar por las calles ruidosas, transitadas;
en mis brazos parecía que yo era suya desde siempre.
Al llegar a casa, salió a
recibirnos la muy numerosa familia perruna, nada de gatos pues habían muerto hacía varios años. Los ocho la
recibieron como una más, se movió adentro como quien vive en el lugar desde
siempre. La llamé Dolly. Siento que ellos traen el nombre y de algún modo me lo
dan a conocer. Se acostó conmigo, por supuesto, y se encargó de peinarme y
lamerme la cabeza. Me caminó entera, hizo sus arrumacos y nos dormimos.
A los quince días los
perros y yo estábamos contagiados de tiña. Ella era portadora asintomática, los
demás nos llenamos de ronchas, ampollas. Todos, incluida Dolly hicimos
tratamiento y nos curamos.
Fue tremenda de traviesa y
al mismo tiempo era un deleite mirarla. Además bravísima en las peleas de
gatos, a veces volvía con la oreja cortada, pero no escarmentaba. Cazadora como
ella sola, mil veces le pude sacar los gorriones de la boca.
Un día se cayó de la
medianera sobre una tuna, intentando escapar del perro del vecino. ¡Pobrecita,
tenía espinas hasta en los costados de la carita! Se las dejó sacar sin intentar
escapar. Otro día desapareció y escuché ladrar al perro de ese vecino. Le toqué
el timbre y le pedí ver si mi gata estaba ahí, la había perdido. Me respondió
que si hubiera entrado a su casa, el perro ya la habría triturado. Insistí y
ahí estaba: el perro la había acorralado en una esquina, pero no la tocó ¡Dolly!
¡Dolly! Son tantas las anécdotas de ella y de todos, que podría escribir varios
libros bellos.
Varios años antes que ella
estuvieron Gatito y Gatina, Serafín y Perlita.
Simultaneo a ella, Gama y
Beta. Cuando traje a estos hermanitos, Dolly se enojó de tal modo conmigo que
se fue por tres meses. Desesperada la busqué por todo el barrio y no dí con
ella. La señora que me ayudaba en esa época me dijo un día: “En cuánto usted se
fue, Dolly apareció. Comió, tomó agua, se acostó y cuando se dio cuenta que
usted venia, se fue.” Ahí recobré la paz. Era cuestión de dejarle comida,
leche, agua y ella lo consumiría cuando yo me fuese a dormir. Un día, no sé por
qué, me perdonó y volvió como si nada, se acostó conmigo y todo siguió como
siempre, solo que ahora habían dos gatos más. Pero ella era mi favorita y la
pícara lo sabía.
A veces me dolían mucho
las piernas y al acostarme era muy molesto e intenso el dolor, sobre todo la
pierna izquierda. Ella aparecía, saltaba a la cama y se ponía a amasar mi
pierna, justo en ese lugar que me dolía.
Sea éste mi homenaje para
ti, mi gata hermosa y para toda esa multitud de animales que me acompañaron y
partieron con muerte natural o tuve que ponerlos a dormir. ¡Espantosa
experiencia!
Ellos me acompañaron y
acompañan en mi larga vida. Siempre fieles, leales absolutos, agradecidos,
amorosos, comprensivos.
Cuánto tenemos los humanos
que aprender de ellos.
Gracias mis hermanos
animales, por hacerme más dulce, más cálida la vida. Y perdón por todos los
errores que por ignorancia cometí. Gracias mis amigos.
Teresa Columna - 2020